jueves, 6 de septiembre de 2007

ME PREOCUPAN LOS DEMÁS

Siempre vivió pendiente de los demás.
Tenía una capacidad de convencimiento que impresionaba al mejor orador del planeta.
La cortina de su dormitorio le impedía ver bien el exterior y, eso la atormentaba en demasía. Sentía una angustia que le aprisionaba el pecho y dificultaba su respiración.
Olga, su hermana menor de fuerte contextura y poseedora de setenta y un años, tardaba en llegar del almacén. Le preocupaba su tardanza porque cada vez sentía que la cortina, de la ventana de su dormitorio, le ahogaba más y más.
Si había vivido sus setenta y ocho años siempre pendiente de su hermana que era muy corta de entendimiento y sin capacidad de resolución, ¿por qué no fue capaz de correr del todo la cortina de la ventana de su dormitorio?

La casa de tres dormitorios, con amplio patio sombreado por los frutales que, en forma sistemática, había encargado a Tomás los plantase en lugares bien definidos para darle forma a los mil quinientos metros cuadrados de terreno, le había costado años de ahorro fruto de su trabajo como profesora de la única escuela del alejado sector cordillerano.
Cuando joven, recuerda, su casona era muy visitada y en el patio siempre vio correr despreocupados a los niños con pelo plomo y narices siempre adornadas por la mucosidad de los fríos inviernos.

Con su mano espantó una mosca que se había posado en un chal que había tejido con los restos de lanas de distintos colores y de una simetría casi perfecta.
La mosca, con uno de sus millones de ojos, vio una mano huesuda y de carnes flácidas y resecas que se acercaron amenazadoras y cambió su posición lejos de ella. Se posó a la altura de los pies de la anciana que siempre vivió preocupada de los demás.

Suspiró, y quiso olvidar el detalle de la cortina que le ahogaba deteniéndose en un episodio de su vida.
¡Pero, si solo fue un comentario! ¡No lo hice con mala intención! – fue lo que dijo a su colega que estaba totalmente descompuesta ante el mal intencionado comentario que había salido de sus labios.
¡Vives pendiente de los demás! ¡Tienes envidia! ¡Eso es!
Recuerda cuánto le costó convencer a Ernestina que, jamás tuvo mala intención con ella.
Recuerda a un sacerdote que le dijo, como respuesta, ante su ideario de preocuparse siempre de los demás; ¡si te preocupas de los demás y haces cosas concretas por los demás está muy bien! ¡Eso es caridad! Pero si nada o poco haces por los demás, entonces, te dedicarás a hablar de los demás y, eso, no es caridad. Es una enfermedad grave que se llama envidia y malidicencia.

Quiso, ahora, preocuparse de la cortina pero, el recuerdo de esa conversación no se lo permitió.
Llegó a ocupar un cargo importante dentro de la escuela durante seis años gracias a su capacidad de convencimiento y de oratoria, a su experticia por indisponer a las personas entre sí.
¡La sembradora! Le decían sus compañeros de trabajo de la escuela.
Desde la portera hasta la más nueva de las profesoras que había ingresado a la escuelita, se podían dar cuenta que, no le preocupaban las personas para ayudarlas sino para destruirlas.
¡La sembradora de cizaña!

Cuanto problema o situación difícil con algún niño o apoderado que le tocaba vivir y no podía resolver, decía que las responsabilidades eran compartidas, dando argumentaciones brillantes y convincentes a sus superiores jerárquicos. Siempre salió bien parada, siempre.

¡Verán! – dijo una colega suya, que la conocía desde los inicios de su carrera docente, a otras que estaban sufriendo producto de su astucia y argucias – ¡no se dará cuenta cuando crezca toda la cizaña que ha estado sembrando! ¡Ese día será envuelta y se ahogará en ella!.
¡Siempre descalifica! – dijo Rosita de coloradas mejillas – y nada se puede comentar a la directora porque son amigas...

¡Ah! – Exclamó con molestia, volviendo a la realidad y fijando nuevamente su mirada en la cortina de la ventana de su dormitorio..
¿Por qué mi hermana no será capaz de preocuparse de los demás y, antes de salir, no dejó la cortina bien corrida?
¡No sé cómo hay gente tan incapaz de preocuparse de los demás!
Y, si uno se preocupa demasiado, a la larga queda sola y abandonada en su vejez..... ¿de qué me sirvió preocuparme de los demás? ¿De qué?
Suspiró y unas secas lágrimas quisieron licuarse en sus arrugados párpados, al tiempo que una leve brisa de remordimiento y culpa, tímidamente, se asomaron por la tapiada puerta de su conciencia.

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