jueves, 6 de septiembre de 2007

CASA NUEVA

Sentado sobre el borde de la cama, sus dos manos hacían presión sobre sus sienes, como tratando de espantar las imágenes y olvidar las palabras altaneras, hirientes y descontroladas de la señora de la casa nueva.
Al otro extremo de su cama de patas de madera, dormía su compañera junto al pequeño hijo producto de su nueva relación de pareja.
Nunca imaginó que la salud de su compañera se quebrantaría con el parimiento del pequeño y moreno Josué. Se volteó con cuidado recostándose al lado de Ernestina que dormía entre quejido y quejido, mientras el pequeño succionaba con frenesí del pezón de su madre.

Suspiró recriminándose de su pasado y vida desordenada. Andrés, su excompañero de curso era quien lo había desviado del camino de la rectitud y del trabajo. Sin darse cuenta cada vez necesitaba de un vaso de vino al mediodía y otro por la tarde. Y luego uno por la mañana y al mediodía, por la tarde y por la noche. No se dio cuenta que, con el tiempo, era una botella diaria y luego dos.
Por ese motivo fracasó en su matrimonio y perdió un buen trabajo en una empresa metalúrgica. De maestro soldador calificado, ahora era un maestro del aseo que tenía que correr y correr tras un camión, desde tempranas horas y, en otras ocasiones desde las veintidós horas, hasta las cuatro o cinco de la madrugada.
Unas lágrimas furtivas se deslizaron por sus curtidas mejillas de color café oscuro producto del implacable sol de verano.
Su empresa había adherido a un paro por dos días y, en la ciudad se notaba la ausencia de los recorridos diarios de los camiones extractores de basura domiciliaria.
Frotó su nariz enrojecida por el efecto de su vida alcoholizada, que gracias a Ernestina había abandonado con muchas dificultades y recaídas. Fue ella quien lo llevó a un grupo de alcohólicos anónimos. Los A.A. como le llaman.
Por su nariz, con muchos orificios pequeños que la hacía deforme, se deslizó un torrente de mucosidad en forma licuada para detenerse en la comisura de sus labios.
Inspiró con fuerza para contrarrestar el flujo nasal y, volvió a su mente la imagen de la señora de la casa nueva.
Tenía su pelo rubio amarrado con un pañuelo y vestía una bata que cuando se movía mostraba unas piernas muy excitantes. Era una mujer de ojos claros y muy atractiva.
¡Rica la vieja! Decían sus compañeros de trabajo.
¡La cagó la vieja! ¡Rica! Pero más mandona y enojona que la cresta.
Fue ella quien reclamó, culpándoles a ellos, porque la basura había sido volcada por los perros del sector ensuciando el césped y frontis de la casa nueva.
¡Alzá de raja la vieja! – decían.
Ella fue, quien con la única razón que no habían retirado la basura de su domicilio durante dos días, la que los agredió con palabras humillantes e hirientes.
¡Señora! ¡Uno tiene su dignidad también! Recuerda haberle contestado, mientras miraba las piernas de la airada mujer de la casa nueva porque el ligero vestido matutino, permitía ver parte de sus muslos.
¡Degenerado! ¡Roto! ¡Grosero! Fueron algunas de las recriminaciones que la mujer de la casa nueva le gritó, cuando al llamarle la atención sobre sus miradas, escuchó como respuesta que, él no tenía la culpa que ella mostrara sus piernas.
Eso no era lo que le hacía sentirse impotente, ni tampoco el reclamo que presentó en la oficina ante sus jefes quienes no le dieron gran importancia al hecho porque tenían que despejar en forma urgente los desechos de la ciudad que se habían acumulado y causaban grandes y desagradables olores a causa del calor.
Había sentido la solidaridad de sus compañeros de salida del turno que le defendieron, diciendo que Guillermo había sido humillado sin razón por la señora a causa del paro y de la basura desparramada en la puerta de su casa.
El informe del chofer del camión, don Juan, también fue favorable ante las acusaciones que había expresado un par de horas después del incidente la señora de la casa nueva.
Volvió a pasar la manga de su camisa por la nariz y, solo allí, sintió cómo el olor de basura descompuesta había logrado impregnar su escaso vestuario que Ernestina siempre se preocupaba de tenerle muy limpio y planchado.
Nuevamente las lágrimas lograron traspasar la barrera de sus pestañas y de los pronunciados párpados aumentados por la pena.
María Angélica Correa Soto, leyó en el libro de reclamos de la empresa de aseo. Ese nombre causó un nudo en su estómago que aún no lograba deshacer. Al lado de la firma de ella, aparecía el nombre y la firma del primer hijo, producto de una furtiva relación que había tenido con una de sus pololas y, que había dejado de ver hace mas de veinte años
Suspiró y trató de dormir, pensando que al día siguiente tenía que acercarse a su nuera que, no le había reconocido a causa de su barba y ropa de trabajo.
Al día siguiente debía presentarse y excusarse ante su nuera, en las puertas de la casa de su hijo que había abandonado cuando éste tenía ocho años y que nunca más había vuelto a ver.
Y, con un corazón galopante y ansioso se quedó dormido al lado de su nueva compañera de vida, la Ernestina con la que compartía un par de piezas en espera del Subsidio Habitacional que les permitiría vivir en una casa nueva.

1 comentario:

ELMARLANZ dijo...

QUE TODO HOMBRE EN EL RECORRER DE SU VIDA, CON LA DIGNIDAD QUE LLEVA DENTRO, TIENE UNA HISTORIA QUE RECORDAR Y QUE CONTAR.