jueves, 6 de septiembre de 2007

COSAS DE MUJERES

Hace días que había cambiado su comportamiento y, sus padres habían notado el cambio. Llegaba de su colegio y se encerraba en la pieza. Poco contaba, ahora, de sus travesuras y novedades del colegio.
Parecía que era propio de su edad. Cursaba el tercer año de enseñanza media y, estaba en pleno proceso de cambios e inestabilidades emocionales. Sabían ellos que, sus períodos menstruales no eran exactos y que, cuando le correspondía, sufría una serie de incomodidades y alteraciones.
Está en su período, decía su madre a modo de explicar el ostracismo de su hija a su marido.
Parecía que la explicación de la causa de tanto encierro de la única hija, dejaba tranquilo a su padre que solo se quedaba en el umbral del famoso dicho “son cosas de mujeres”. Eran cosas de mujeres y eso correspondía a otra mujer entenderlo y solucionarlo.
Con la mirada fija en la pantalla del televisor y, sin tomar atención a los destellos de ella, se lamentaba no haber podido tener más hijos y, sobretodo no haber podido tener un hijo varón con su esposa.
Era un secreto que le atormentaba, pues en verdad es padre de un hijo varón que tiene quince años y que, contra su voluntad, había ingresado al mismo colegio de su hija.
Confesar que había tenido un hijo fuera del matrimonio, después de saber que su esposa no podría concebir hijo alguno, era demasiado tarde y sería, sin lugar a dudas, la causal del término de la convivencia en su casa. Tenía muy claro que debía marcharse a otro lugar y, además que no tendría la posibilidad de ir a vivir junto a la madre de su hijo pues, ella había encontrado hace dos años una pareja estable. La relación con la madre de su hijo era muy escasa y solo, si se producía, era una vez al mes cuando le avisaba por teléfono que había realizado el depósito en el banco para su hijo Javier Ernesto.

Hasta el año pasado participaba de las reuniones de apoderados y, al saber que Javier Ernesto cursaba el segundo año de enseñanza media en el mismo colegio, pidió a su esposa lo hiciera arguyendo razones tan simples como que, ella era la madre y mujer y que debía atender y comprender mucho mejor a su hija en “las cosas de mujeres”.
En dos ocasiones pudo constatar que su hija había querido conversar con él y, de un modo muy diferente al usual.
Allí estaba, absorto ante la pantalla, recapitulando una serie de imágenes del comportamiento de su hija Javiera Alejandra. Cada vez el fantasma que, ellos pudiesen encontrarse, le apretaba implacable el pecho.

Son más de mil chiquillos, además están en cursos y niveles muy distintos, se consolaba. Difícil es que se sepan hermanos por el apellido.
Pero también su temor, le hacía pensar que se podrían encontrar y conocer en las tantas fiestas y actividades que organiza el colegio, además que el apellido Rodríguez no es de los más repetidos en la ciudad.

Los gritos y llamados de su esposa, lo hicieron volver a la realidad de un brusco modo.
Ingresó en forma rápida y casi torpe al dormitorio de su hija y, al verla tendida de hinojos sobre la cama y con una serie de pastillas de distintos colores en su mano derecha, sintió que su cabeza estuvo a punto de estallar.
Su esposa le hacía masajes con alcohol en los antebrazos y entre llanto histérico y gritos le decía que llamara una ambulancia.
Al acercarse al velador de su hija y tomar el auricular, se fijó en un sobre que estaba a los pies de la cama. En forma disimulada lo cubrió con su zapato apartándolo de la vista de su esposa.
Estaba tembloroso. Sus dedos los sintió torpes al pulsar el número del hospital. Tiritaba y sentía su espalda mojada por la transpiración. Su lengua era traposa al momento de hablar y solicitar con suma urgencia una ambulancia.
Tenía la mirada vidriosa, la lengua fuera de forma y verdosa. Sus delgados y blancos brazos eran simulares a los de la muñeca o tuto de Javiera, que le acompañaba cada noche, desde sus diez años, sobre la almohada.

En el hospital la dejaron en observación a causa de la ingesta abultada de fármacos y drogas, de las cuales, no podían entender su procedencia. Su estado era de cuidado.

Su esposa se había quedado dormida sobre la cama sin sacarse la ropa y ponerse el pijama. En un gesto tierno y lleno de culpa, extendió su mano derecha para acariciar la ondulada cabellera de María Elisa que dormía agotada con muchos sobresaltos.
Salió en forma muy queda del dormitorio e ingresó al baño. Pasó el seguro a la puerta y, sentándose sobre la tapa de la taza del water, abrió el sobre que había encontrado en el piso del dormitorio de su hija.
Con un temblor que no podía controlar en todo su cuerpo, leyó el breve mensaje de la carta, Papá. si me hubiese dicho la verdad lo hubiese entendido pero su mentira hizo que el primer amor de mi vida fuese mi único hermano.
Sintió que todo su mundo se derrumbaba. Angustiado, culposo y tembloroso salió al patio para llamar a su hijo.
Mañana será el día de la verdad. Mañana, se dijo,...

2 comentarios:

Camila Constanza dijo...

Este cuento nos parecio el mejor, ya que es una historia muy original. Creemos que este tipo de situaciones ocurren en la vida cotidiana. La mentira puede destruir una vida.

Cami y Coni
2ºD

Kappiih dijo...

Quizás la mentira es un gran dolor en el corazón de cada una de las personas, muchas veces personas como todos nosotros cometemos errores de las cuales demasiado tarde nos damos cuenta.
Por que mi intención no es juzgar a nadie ya que todos podemos pasar por lo mismo, pero de esto hay que aprender, de los errores de nosotros mismos y de los demás. Estas historias dan a pensar mucho quizás pueden pasar muy seguido como puede ser algo aislado, pero siempre hay que tener en cuenta que nosotros mismos somos los que buscamos los problemas y de lo sembrado con el tiempo viene la cosecha.
Me gustó mucho por que nos puede ayudar mucho como personas y a crecer. Y obviamente no mentir , toda mentira es mala al fin y al cabo.¡Hacen mucho daño a uno mismo y a las demás personas que más te quieren, y a las que menos quieres dañar!