jueves, 6 de septiembre de 2007

TOMA PINGUINA

Estaba recostado sobre una improvisada cama y miraba hacia el exterior, por entre las cortinas de los ventanales de la sala. Por la puerta, que no se podía cerrar bien, entraba un viento fresco y frío que había provocado una ligera humedad en sus fosas nasales.
Trató de acomodarse en la delgada colchoneta que, en nada le hacía olvidar el duro y frío piso. Extrañaba la comodidad de su cama, los ronquidos de su hermano menor que sufría de adenoides y debía ser operado el próximo mes.
Afuera, escuchaba voces de sus compañeros que iban y venían porque, según ellos, alguien había lanzado una piedra al interior del Liceo.
El cansancio y sueño acumulado no le permitían levantarse, además sabía que, en la mañana le correspondía barrer y hacer el aseo en los baños de varones. El primer día de toma también lo hizo y le dio rabia tener que barrer y asear las tazas del water y urinario. Recoger los papeles usados después de defecar que, descuidadamente, algunos compañeros, no arrojaban en los receptáculos correspondientes. Se sentía consolado por las quejas de sus compañeras que, al parecer tenían más trabajo que él porque, por lo que decían, ellas eran mas descuidadas como usuarias de los baños.
El solo pensar que eso debía hacer después del desayuno, le quitaba el ánimo de levantarse para informarse de lo que había sucedido momentos antes.
¡Los baños! ¡Que lata!
Y se acordó de la tía Lety, que todos los días y después de cada recreo tenía que limpiar y desinfectar los baños, recoger los papeles, colillas de cigarros que eran fumados con avidez y rapidez antes de ser sorprendidos.
¡La tía Lety! Tiene los baños limpios y pasa rabias con nosotros y las chiquillas. ¡Ahora entiendo su trabajo! ¿No le dará asco?
Puso sus manos entrelazados detrás su cabeza y suspiró.
Se imaginó a su hermano Luis, que tiene nueve años y, que en las noches se da vueltas y vueltas en el camarote. Se acordó de sus ronquidos y aspiraciones nasales a causa de su enfermedad. Siempre llamaba a su mamá, porque él le contaba cuentos que lo asustaban y, allí llegaba la mamá que lo retaba porque era más grande y le metía miedo a su bebito.

Afuera había regresado la calma y quietud. Le dieron ganas de prender el único cigarro que tenía pero, estaba prohibido fumar en las salas dormitorios. Era otra de las reglas acordadas en un consejo de toma.
Trató de concentrarse y dormir. No podía, eso le molestaba y maldijo al compañero que despertó, con los llamados de alerta, al resto de los compañeros que hacían la ronda nocturna por los pasillos y pabellones del Liceo. Eran medidas de seguridad acordadas.

No sabía exactamente por qué estaba en la toma del Liceo. Estaba en segundo año y por lo que veía en su casa, era muy difícil que pudiera estudiar en una universidad. Fue Carlos, su amigo de otro segundo, quien lo convenció para que solidarizara con los estudiantes del país..
No soportó más los deseos de fumar su único cigarro. Abrió el saco de dormir y envolviéndose con su delgada frazada, salió al patio. Se sentó sobre unos cartones, a un costado de la puerta de la sala de clases, y encendió con ansias su cigarro.
Vio a la Jana del cuarto B y le hizo un gesto de saludo con la mano en la que sostenía su cigarro. Ella se acercó y con voz muy queda le preguntó qué le pasaba. Estirándose para espantar el sueño, frío y letargo, se incorporó, al tiempo que le decía, que le habían dado ganas de fumar.
Ella con aires maternales le rozó, a modo de caricia tranquilizadora, el gorro de lana que llevaba puesto y se alejó a la sala del frente.

La caricia de su compañera lo hizo sentirse niño y extrañó a su mamá. La imaginó con cara de preocupación y despierta pensando en cómo estaría él. Sonrió y aspiró la última bocanada de humo permitiendo que la nicotina se alojara en su tráquea y el humo descendiera hasta sus pulmones, haciendo los sabidos estragos. Dos lágrimas silenciosas, que se deslizaron sus mejillas sin su permiso, le recordaron que aún tenía algo de niño.

Ingresó silencioso a la sala de clases, un improvisado dormitorio, que hace una semana compartía con otros compañeros. Era la sala de clases que había ocupado cuando ingresó al Liceo a Primero Medio el año pasado.
Durante esos días de Toma, había hecho nuevos amigos, había conocido a otros compañeros que tenían tantos problemas como él. Supo de compañerismo, de lealtad, honradez y sinceridad. Nadie obligaba, pero todos cumplían con sus compromisos y respetaban los cargos.

Trataba de quedarse dormido pensando que, su sacrificio lo ofrecía por los estudiantes que estaban en paro y, sobretodo, por su hermano menor para que pudiera tener una mejor educación y llegar a la universidad.

En los trabajos de grupo y reflexión, había logrado entender lo que significaba la LOCE, el por qué los profesores hacían críticas a la jornada escolar completa y, el por qué aconsejaban al curso y, especialmente a él....

Ahora veía y entendía las cosas de un modo distinto.

Estaba luchando por una causa justa y comenzaba a descubrir el sentido del estudio, por qué debía levantarse temprano y venir al Liceo a clases.

Se prometió estudiar para trabajar y ganar plata para que su mamá no cuide enfermos o niños chicos, ni tampoco, durante el verano tenga que salir temprano a trabajar para cortar y cosechar uva. Prometió estudiar para trabajar y, para que al fin su mamá se arregle sus dientes porque; cada vez que ríe, tiene que esconder su sonrisa para no mostrar los dientes que le faltan.


Y soñando en un futuro mejor para su hermano y su mamá, olvidándose del frío y de su turno de asear los baños en la mañana siguiente, se quedó dormido.

UNA OPORTUNIDAD

Observa con orgullo y atención a sus dos pequeños hijos que corren tras una pelota de fútbol en el verde césped del parque de la ciudad.
De pronto un tercer niño irrumpe en la escena. Tiene la estatura de su hijo mayor. Con cierto grado de dificultad e inseguros pasos, rompiendo la barrera de la timidez, se acerca a sus hijos con la clara intención de jugar.
Hizo ademán de pararse e ir hacia sus hijos para que integrasen al nuevo jugador pero, se abstuvo al constatar que el padre del pequeño lo regresaba junto a su madre.
¡Hijo! ¡No puedes jugar como ellos! ¡Es una pelota muy pesada! Esa fue la explicación que dio el padre al ansioso infante.
Corrió con dificultad, entre sollozos, hacia su madre, dejando de manifiesto un problema de nacimiento que tiene en uno de sus pies.

Cerró sus ojos.
Desde pequeño se supo limitado. Eso lo sabía, se daba cuenta y lo sufría en silencio.
No podía correr como los demás y, se conformaba con observar a sus compañeros jugar a la pelota en el patio del colegio. De vez en cuando, cuando faltaba uno para conformar el equipo, lo llamaban para que jugara como arquero.
Lo sabía. Al más malo y falto de técnica con el balón, lo ponían al arco porque, simplemente, no sabía hacer piruetas, correr bien, parar el balón y convertir un gol.
Alexis, cuando estaba bajo los tres palos, olvidaba toda sanción social que había en contra de él. Olvidaba sus limitaciones y cada vez que lanzaban en contra de su arco, lo defendía con gran honor desafiando la fuerza de gravedad, dando grandes saltos y estirándose para caer con el peso de su cuerpo en la dura cancha de cemento.
Se dio cuenta que allí estaba su lugar y, cuando sus compañeros le llamaron para defender al equipo de las estrellas del curso y jugar al arco; en un campeonato interno del colegio, se sintió valorado e importante.
Su madre, que siempre le apoyó y animó, le miraba orgullosa desde la galería junto a otros apoderados del curso. Los ojos de la hincha número uno del arquero, poco a poco se humedecían de lágrimas evidenciando la emoción de ver a su hijo saltar y mandar a quienes siempre le habían dado órdenes y apartado del equipo, postergándole y conminándole a sentarse en la galería.
En casa, se esmeraba en curar las heridas de los codos y rodillas de su hijo héroe, causado por las caídas al tratar de atrapar o desviar el balón para evitar un gol.
Su curso había logrado el campeonato, ganando los ocho partidos de la etapa eliminatoria con solo seis goles en contra y veintidós a favor. La final la ganaron cinco a dos.
En los nueve partidos, solo había sido batido en ocho ocasiones. Todo un récord.
Había logrado olvidar las burlas y bromas que había sufrido en la escuela básica de la cual su madre lo había trasladado, producto de la crueldad infantil y de su bajo autoconcepto que le impedía superar las dificultades llegando, incluso, siendo muy inteligente, repetir de curso.
Como adolescente, vivió en la gran tensión de tener que probar que era capaz y, eso le apretaba su pecho cada vez que emprendía algo nuevo.
El temor a la censura y a la risa de los demás, era la sombra que le costó borrar de su mente hasta el inicio de su adultez.
Cada proposición en favor de algo nuevo que emprendía, lo tomaba como una desaprobación o rechazo a su persona.
Y, por su mente desfilaban en forma rápida y desordenada miles de imágenes y sensaciones que le causaban dolor e impotencia.
El cuánto le costó establecer una relación de pareja para llegar a formar una familia, lo recuerda en paz porque su primer hijo logró, como por arte de magia, borrar sensaciones, temores y fantasmas creados por él y por los demás en su paso por la escuela.
Abrió sus ojos y, conmovido vio cómo sus hijos invitaban e integraban al pequeño a jugar con ellos.
Ante el gesto de sus hijos, no se pudo contener. Se dirigió hacia los padres del pequeño que tenía el balón de fútbol entre sus manos. El niño estaba ansioso y feliz. En el césped, había una muleta de apoyo.
¡Desde pequeño usa esto! Dijo el padre del pequeño, tomando el bastón entre sus manos.
¡Primera vez que lo vemos con ganas de jugar! Agregó su madre un tanto emocionada, sin dejar de mirar a su hijo que trataba de golpear el balón con su pierna mas fuerte.

Alexis, sacó de su mochila un díptico que había creado gracias a su experiencia profesional y talento artístico. En la portada se observa, en primer plano, la imagen de un niño discapacitado que mira a otros niños jugar. En la parte inferior, un llamativo mensaje escrito:
¡Quiero una oportunidad!

Extendió su mano y entregando el díptico a los padres del pequeño que estaba jugando con sus hijos, les dijo con voz serena y profunda:
¡De niño conocí y sufrí esta realidad!
Inspirado en mi madre, mi empresa de publicidad lanzará, la próxima semana, una campaña en favor de éstos niños...
¡Hoy, con ustedes, ha comenzado!.....

¿NIÑA O SEÑORITA?

Se sintió extraña y discriminada al escuchar a sus padres conversar sobre el regalo que le harían a Patricia, su hermana de 7 años, para el día del niño. Dos lágrimas se fugaron de sus grandes y almendrados ojos de color café claro, cuando escuchó a su papá decir que, había dejado de ser niña porque tiene trece años y ya era una señorita.

Llevó su mano derecha instintivamente a la altura de su pelvis y suspiró. Hace dos meses tuvo su primer ciclo menstrual y, el día que su papá lo supo la abrazó y le dijo ¡Ahora eres una señorita! ¡Una pequeña señorita!
Un mundo de ilusiones había desaparecido en ella. Sentía rabia, alegría, dolor, desgano, miedo, responsabilidad, nostalgia, extrañeza, vacío.
Ahora le desagrada salir con sus padres los fines de semana. Quiere estar sola y salir con sus amigas pero, al mismo tiempo, se siente muy sola.
Tomando su muñeca preferida, su tuto, la lanzó a un rincón de su dormitorio. ¿Para qué duermo con esa mona si ya soy una señorita? - se preguntó enojada, mientras cerraba la puerta de su pieza.

Miró el reloj que estaba sobre su velador. Señalaba las 20:54 horas. A las 22 horas la pasaría a buscar Jaime para ir a la fiesta de cumpleaños de Sofía, su compañera de curso.
Buscó la ropa que se pondría e ingresó al baño para darse una ducha y luego cambiarse y vestirse. Eso le ayudó para olvidar que aún siente nostalgia de ser niña, de vivir sin grandes responsabilidades ni cuidados.
Había notado que, ahora, su papá se preocupaba de sus amigos y de quienes la rodeaban, que ponía ojos de desconfianza y preocupación ante sus amigos. Claro, porque ahora era señorita.

El agua de la ducha que caía sobre su cabeza, se convertía en río que arrastraba la espuma del shampoo, escurriendo para desaparecer en sus pequeños senos. De pronto le vino la imagen de su papá, cuando Roberto, su hermano mayor llegó a casa con su polola.
El rostro de su padre fue de felicidad y orgullo y, le dio un par de ruidosas palmadas en la espalda exclamando ¡Hijo de tigre! Y luego una seria advertencia e invitación mirando a su cuñada flaca: ¡Cuídela y respétela!
Con su hermano no había grandes restricciones, pero con ella sí. Y, la razón la hacía enojar mucho.
¡Hija! ¡Entienda a su padre, porque usted es su niñita regalona! – le decía su mamá para calmar la situación.

Al despedirse de sus padres, Javier, fijándose en los labios de su hija, exclamó en tono de burla:
¡Miren la niña agrandada! ¡Se pintó los labios con el rouge de la mamá!
Ella, sin mirar a su padre, preguntó:
Y, si me saco el rouge de los labios ¿Me harías un regalo para el día del niño?
Javier, que estaba viendo una película, miró extrañado la agresiva reacción de su hija que olía a un grato perfume.
Sin esperar respuesta alguna y, movida por el dolor y la sensación de haber perdido la posibilidad de un regalo, volvió a preguntar:
¿Qué soy? ¿Niña o señorita?

Me tratas y cuidas como niña y me exiges como señorita.
¿Quién soy para ustedes?
¿Saben? – continuó sin frenar su malestar y rabia - A mi me cuesta dejar de pensar como niña porque estoy dejando de serlo, poco a poco y, a ustedes les cuesta dejar de verme como niña y aceptarme como señorita, como ustedes me dicen que soy.
¡Ustedes, pónganse de acuerdo cómo me tratarán!
Y, haciendo una seña con la mano, cerró la puerta y salió para alcanzar a Jaime, su amigo de infancia, que la esperaba en el ante jardín de la casa.

Susana y Javier cada cual en su sillón, quedaron en silencio.
Marcela tenía razón. Toda la razón.
Cada cual en silencio aceptó esa realidad.
Susana recordó las discusiones con sus padres, especialmente con su papá que era muy posesivo y egoísta con ella porque, era muy coqueta y había tenido muchos pololos.
Javier, nervioso, cruzó una pierna sobre la otra al recordar lo que le había dicho iracunda Teresa su octava polola... ¡cuando tengas una hija, pensarás que todos los hombres, con ella, harán lo mismo que tú has hecho conmigo y con tantas otras!
No quiso molestar a Susana y dirigiéndose a la cocina, se preparó un café para calmar su ansiedad y esperar el llamado de su hija. Los celos y desconfianza le atormentaban... se trataba de su única hija mujer, de su niñita regalona.

Susana y Javier cada cual en su sillón, siguieron en silencio.
Marcela tenía razón. Toda la razón.
Los dos, en silencio, trataban de resolver y solucionar lo que no lograron resolver y solucionar en su adolescencia.
Los dos, en silencio, sentían que su hija Marcela había despertado muchos fantasmas que, volviendo uno a uno del pasado, jugueteaban y hacían una ronda mezclando acciones prohibidas, reprimendas, temores, gozos, llantos, risas, sueños, inocencia perdida, ansiedades y discusiones.

El teléfono les hizo volver a la realidad. Susana, tratando de entender la expresión del rostro de Javier, dijo:
¡Era la niña que llamaba para avisarnos que llegó a la casa de Sofía!

¿La niña o la señorita? – se preguntó Javier en voz baja......

MI PRIMERA EXPERIENCIA

Demoraba casi media hora en cepillarse el pelo y otro tanto en el baño bajo la ducha. Siempre era así cuando salía al Liceo. La tarde de ese viernes demoró más tiempo, no podía dejar escapar ningún detalle. Estaba muy indecisa, a causa de su ansiedad y nerviosismo, cuando miraba el par de colgantes que había pendido en sus orejas, su preferido no tenía mucha relación con el color de la escotada blusa que llevaba puesta. Dos veces se arregló el peinado y optó por una pequeña y coqueta traba que permitía que parte de su larga y cepillada cabellera, cayese sobre su hombro derecho. Satisfecha de sus arreglos, se perfumó el cuello y la parte posterior de sus pequeñas orejas. La última mirada al espejo; rostro de perfil, su cintura, la caída de la blusa que destacada sus senos buen formados, su estómago recto, sus glúteos bien dibujados en el ceñido y ajustado jeans. Todo bien.

En nada representaba sus catorce años. Pasaba por una joven de diecisiete o dieciocho años. Atractiva, sensual, desarrollada en su físico.
¡Diecisiete! ¡Tengo diecisiete años! - respondió a la pregunta de Eduardo que había conocido dos meses atrás, cuando su amigo Pablo se lo presentó. Estudiaba en la universidad el tercer semestre de ingeniería civil. Ella cursaba el primer año de enseñanza media.
¡Es muy grande para ti María Fernanda! – Advirtió la Toty golpeándola en el codo. ¿Qué tiene de malo? ¡Me gusta! Respondió con aires de diva conquistadora.

Las manos de Eduardo las sentía a la altura de la cintura y unos pocos centímetros más abajo; rozaban el borde superior de su diminuto calzón. Su mejilla la tenía apoyada en el hombro del estudiante universitario, mientras bailaban al compás de una música lenta. Según lo que ella había previsto, todo marchaba bien.

El primer beso le aceleró su corazón y sintió que sus latidos rebotaban en el pecho de Eduardo. Nunca había sentido esa sensación. Estaba feliz por la delicadeza de Eduardo que sabía hacer bien las cosas, tenía experiencia en besos y, era un tema con características de cátedra entre sus compañeros de universidad. Sentía un cosquilleo en su estómago, una sensación difícil de describir, en pocas palabras: algo rico
Se separaron por unos breves instantes porque Eduardo fue a la barra para pedir dos nuevos tragos. Ella sentía que tenía un pequeño mareo, pero pequeño, así se diagnosticaba un poco asustada e insegura. Estaba un tanto confundida y temerosa, porque sentía su lengua torpe y le costaba coordinar sus ideas en la escasa conversación que podían sostener a causa de la estridente música. Sentía cosquillas en todo su cuerpo cuando Eduardo besaba su cuello. Algo había escuchado de eso, pero ahora lo estaba sintiendo. Era una sensación rica y electrizante.

Todos sus sentidos se pusieron en estado de alerta, cuando sintió que las manos de Eduardo invadieron su blusa y buscaron sus senos. Quiso resistirse pero no pudo. Era algo extraño, no quería que siguiera pero nada hacía por impedirlo, sentía cómo la mano fuerte y conquistadora del hombre exploraba y acariciaba sus vírgenes pechos. Una nueva sensación y cosquilleo recorría su cuerpo entero.

¡María Fernanda! – escuchó entre luces y música. Era la Toty con unos amigos, también estaba Teresa que le caía muy mal. No sabía por qué.
Sintió que Eduardo la soltó con rapidez. Ella, rápida pero disimuladamente ordenó su escote. Lo notó nervioso e inquieto. Se saludaron entre rayos de luces de distintos colores que cortaban los cuerpos y hacían ver los dientes muy blancos.
¡Acompáñame al baño! – Dijo preocupada su amiga. Era la típica contraseña de mujeres para conversar e intercambiar noticias, experiencias y sensaciones del momento en la intimidad de un servicio higiénico.
Teresa ingresó de improviso y le preguntó sin rodeos: ¿Qué onda con mi mino? ¡Eres una pendeja con olor a leche! ¡No te metai’ con él! ¿Está claro hueona?
Así como entró, salió mirándola de modo amenazador y haciendo un gesto de desprecio con una de sus manos.

El efecto del alcohol hizo estragos en su cuerpo. Sintió mucho calor en su cabeza, un dolor intenso y su lengua se puso más torpe aún. Sintió una valentía y agresividad que la sorprendió cuando golpeó con toda la fuerza de su puño el borde del lavamanos, su pecho latía con fuerza y sus manos transpiraban. Después de la furia se derrumbó, nunca había sentido tanto peso sobre sus piernas como en ese momento.
Toty, su buena y fiel amiga, le contó que recién se había enterado que Teresa había terminado con Eduardo la semana pasada pero que él todavía tiraba con ella.

Tiritaba y vació su estómago que, por primera vez sabía de licor y de dolores por una leve intoxicación.
Con su amiga volvió al oscuro rincón de la Disco para recoger su chaqueta e irse a casa. No quería saber de Eduardo. Sintió rabia, pena e impotencia cuando vio a Teresa bailando con él, le miraba muy de cerca y reía al moverse en forma muy provocativa. Eduardo le sonreía y la sostenía con sus manos por la cintura ¡Cínico de mierda!, dijo con rabia al oído de su amiga. Sintió que no valía la pena pelearse por un tipo así.
Salió al exterior y llamó a un vecino, amigo de su papá, que manejaba un radio taxi. Regresó a casa mucho antes de lo programado.

A pesar de lo sucia que se sentía por haber aceptado y dejado que un hombre acariciara sus senos, sus labios tenían un sabor dulce y amargo del primer beso. Y, con rabia, murmuró golpeándose la rodilla derecha ¡Maricón mentiroso! ¡Eso eres!, se decía en voz muy baja, mientras dos lágrimas se descolgaban libres por sus suaves mejillas.
Arreglándose el ahora desordenado cabello, vino a su mente la mirada de Sebastián, un compañero del Liceo que le había enviado un mensaje de texto el día anterior. “salgamos el sábado. Ctgo me 100to bkn”
Estaba en la Disco, cerca del baño y sintió su mirada triste y sus ganas de acercarse a ella. Volvió a leer el mensaje en su celular y sonrió con cierta tristeza. Luego en forma mecánica, escribió: OK. El próximo pero sin rollos.

Antes de ingresar a su casa, con el torso de su mano derecha, borró las huellas de su pena. Sacudiendo con fuerza su rabia y su amargura en el felpudo de la entrada de su casa, ensayó una sonrisa con ganas de olvidar.
La pena, amargura, rabia, frustración y las imágenes que jugaban en un carrusel mareándola y asustándola fueron vencidas por el sueño que, apartándola del tormentoso círculo móvil, la abrazó sumiéndola en la nada sobre su cama.

Solo eso quería.

MISIÓN CUMPLIDA

Habían transcurrido quince minutos a partir del momento que su reloj interno sacudiera su musculatura, despertara su consciente, moviera sus nervios oculares y le permitiera darse cuenta que había dormido más de lo programado. Volteó su cabeza enmarcada en un pelo de oscuro intenso y ondulado bien mantenido, a sus casi cincuenta años, gracias a los cuidados y tinturas adquiridas en supermercados, peluquerías o grandes cadenas de farmacias.
Fueron dos las oportunidades que tuvo que fijar bien la mirada para decodificar lo que señalaban los punteros de su reloj despertador ubicado en el velador. Eran las 09:43 de la mañana de ese día sábado 22 de julio. Llevó sus manos en forma mecánica a sus ojos para auxiliarlos y secar las lágrimas que los hacían acuosos por la pena y soledad. Inspiró fuerte por sus fosas nasales para despejarlas de la humedad que parecía un río a punto de desbordar y bajar hacia las comisuras de sus carnudos labios. Necesitaba dejar escapar desde muy dentro, un suspiro que la liberara de su tensión, amargura, vacío, angustia y, para ello, tuvo que inspirar profundo por las vías nasales ahora despejadas. Observó, en ese momento y acción muscular, sus senos que, durante mucho tiempo, fuese un punto obligado de las miradas masculinas a causa de su bella y perfecta forma, vio cómo crecieron y tomaron su posición de antaño. Pudo sentir que su caja toráxica se expandía y, cómo su trabajado vientre y músculos abdominales, permitían el espacio al aire inhalado. Toda su interioridad, pareciera, se llenó de esa mezcla de pena, soledad y vacío. Pudo observar cómo se llenó de soledad, angustia y pena al fijar su mirada en su caja toráxica y en sus abdominales. Sonrió imaginando que, éstos, pedían permiso con mucha insolencia y vehemencia para encontrarse con la cervical y fundirse con tal fuerza para expulsar toda esa mezcla de sentimientos allí guardada.
Así lo hizo y, hasta se plació en retardar y contener la mayor cantidad de tiempo, el aire que transportaría hacia el exterior, toda esa mezcla de sentimientos que provocaban impotencia, rabia, pena, angustia, soledad, abandono... que la hacían sentir una mujer gastada y sin horizontes nuevos porque, los que tuvo por muchos años.... ya no estaban .
Parió dos hijas por las cuales, toda una vida se había desvelado, trabajado, esforzado, renunciando a las muchas oportunidades de tener una pareja estable para construir y asegurar sus años de vida con el nido vacío dejado por sus hijas ya crecidas e independientes.
Con este trance nuevo de su vida, ha olvidado los dolores de cabeza y angustias que una de ellas había provocado en innumerables noches y madrugadas al no saber ni conocer su paradero, sus amistades con las cuales compartía. Las muchas madrugadas que recibía a ésta hija, cuando llegaba, con cierta cantidad de grados etílicos en su cuerpo. Esta vez no había llegado y sabía que estaba en Santiago pues se había quedado a alojar en el departamento de su hija mayor. Eso la tranquilizaba porque, ella era reposada, calculadora, responsable y había logrado conseguir un trabajo y estaba llevando adelante una relación estable con su pareja. Su hija causante de tantos dolores de cabeza y angustias ya había encontrado su camino y, por fin, había comenzado a estudiar y se estaba tranquilizando de tanta vida social y amistades para ir ordenando su tiempo y favorecer sus estudios. Debía sentirse tranquila y feliz. En parte, como madre, había experimentado y desarrollado su misión como educadora, proveedora, solucionadora de problemas, consejera, orientadora, sin un compañero--esposo a su lado. Todo lo anterior, lo había vivido y sufrido sola. Debía sentirse feliz, satisfecha, con su misión cumplida.
Se incorporó en su cama, miró a su alrededor, agudizó sus oídos, como queriendo sentir algún movimiento, ruido o por último el repetido sonido de una de sus hijas que, cuando dormía, roncaba y nada ¡Nada!. Era el silencio que la hacía percibir la soledad como una fuerza destructora y aplastante. Fue hacia la cocina para prepararse un café y encendió la radio. Buscó una que la animara con música ligera y tropical. Ordenó la loza que había quedado sin lavar de la noche anterior en el lavaplatos, encendió un cigarro y se quedó esperando que el agua soltara su hervor para tomarse una taza de café que la despertara del todo y quemara, al descender por su garganta, el más pequeño resto de angustia que no salió expulsado de su interior en aquel suspiro dado en la cama de su dormitorio.
No supo cuánto tiempo se quedó absorta, mirando cómo salía el vapor expulsado por la presión del hervor al interior de la pequeña tetera que había puesto a calentar para servirse una taza de café. Tampoco pudo distinguir, a causa de su profunda concentración, el sonido que acompañaba al vapor expulsado por el pequeño orificio de la tetera. El calor del cigarro a punto de alcanzar las yemas de sus dedos de la mano derecha, la hizo volver en si misma. Después de verter el agua, que borboteaba a causa de la alta temperatura alcanzada al interior de la tetera, sobre la pequeña taza, se encogió de hombros, para espantar un pequeño escalofrío que recorrió su espalda y, se dijo en voz alta para darse ánimo: misión cumplida, mujer. Ahora tienes que levantar la vista y buscar un nuevo horizonte para navegar por la vida feliz... no estás acabada sino que comienzas una nueva etapa en tu vida..... un día te convertirán en abuela y....
Fue a atender el teléfono. Era su buena amiga de la ciudad vecina, que la llamaba para invitarla a su casa.

LABERINTO


La brisa marina envolvía su cuerpo, dejando en sus labios un leve gusto salino. Su mirada estaba fija en dos niños pequeños que jugaban con las olas y, cada vez que la espuma quería alcanzarles y mojar sus diminutos pies, gritaban y corrían a refugiarse en los brazos fuertes de su padre o en los brazos tiernos de su madre.
Se acomodó en la delgada arena, que era alcanzada cada noche por la subida del Pacífico y, entrelazando sus piernas dio un suspiro que salió de lo más profundo de su ser.
Era la primera semana del mes diciembre. Había ido a la playa para descansar, concentrarse para la PSU y, ordenar sus confundidos sentimientos. Aún no comenzaba la época de playas, bañistas y hermosas niñas tendidas sobre una toalla buscando un bronceado o paseándose en diminutos trajes de baño por los jardines de la costanera reñaquina.
Sus sentimientos eran confusos. Sentía pena al ver esa familia feliz y mucha rabia porque su pololeo había tenido un inesperado final causado por sus temores, celos y desconfianzas.
Con sus manos alcanzó sus tobillos, para relajar su cuerpo que lo sentía tenso. En su estómago se había encendido un fuego que lo sentía subir hasta la entrada de su garganta y luego bajar hasta el centro de su vientre.
Estaba mal. Confundido. Enrabiado. Apenado. Fue tan tonta la discusión que, cada vez que la recordaba, le invadía un sentimiento de culpa por el inesperado término de su pololeo
Unas lágrimas se asomaron por sus almendrados ojos de color café claro, como queriendo tomar tribuna y esperar los pocos minutos que restaban para que el sol traspusiera el horizonte. No pudieron contra la fuerza de gravedad y se deslizaron por sus mejillas, deteniéndose muy debilitadas y confundidas con la brisa marina en su mentón.
Volvió a fijar la mirada en la familia que gozaba de la tranquilidad de la puesta del sol y de la playa que, en un par de semanas más, estaría colmada de bañistas, peleándose y cuidando su metro cuadrado para exponer su cuerpo a los rayos solares hasta que su piel acusara los estragos de éstos, con el típico color rojizo.
Sintió el ring de su celular. Observó el visor. Reconoció el número del celular de su papá que lo llamaba. No quiso contestar. Se sentía sin madre ni padre. Claudia había llenado un vacío en su vida. Sus padres se habían separado cuando era pequeño y su sueño, que ellos se volvieran a juntar, ya lo había desechado hace tiempo.
Pensaba que pronto tendría que pasar otra navidad y año nuevo sin sus padres. Eran fechas fuertes que lo deprimían y que le costaba celebrarlas sin ellos unidos. En ocasiones, sentía rabia contra su mamá porque lo había utilizado como trofeo cuando se separó de su papá y, ahora sentía que lo había dejado un poco de lado. Claudia llenaba ese vacío y le subía el ánimo. Se sentía acompañado.
Una cosa importante había logrado con Claudia: vencer la desconfianza frente a las promesas de una mujer. Había vencido los celos y el temor que, cuando se separaran por unos días, ella lo traicionara. Le había ayudado a vencer en parte esa desconfianza y, con ella había experimentado ser hombre. Sentía un compromiso más estrecho y fuerte causado por esas relaciones íntimas, nerviosas, apuradas y a escondidas.
Se había cansado de tener una y otra polola. Quería tener una relación estable, pero el temor a ser rechazado o que le dijeran “hasta aquí llegamos” era una inseguridad y miedo que le angustiaba..
Estaba consciente que no se había liberado del fantasma y trauma de la separación de sus padres. Se lo habían dicho en varias ocasiones sus amigos más cercanos y Luisa Alejandra, su penúltima y fugaz pareja.
Volvió a sonar su celular. Su papá insistía en conversar con él. Respondió la llamada, le invitaba a pasar el fin de semana en su casa. Se comprometió en viajar el viernes al mediodía. Quería recuperar el tiempo perdido con su papá, confiarle su pena. Tenía seguridad que él le comprendería y le diría palabras sabias.
Se levantó con la resolución de seguir sus consejos; conversar con un sicólogo para superar esa inseguridad y lograr al fin una relación estable y feliz con una mujer.
La familia que jugaba en la orilla de la playa ya se había marchado.
Después de limpiar con ambas manos, en forma mecánica, la posible arena que tenía en la parte posterior de su jeans, se dijo en voz alta mientras seguía con la vista el vuelo de una gaviota: la vida es como un laberinto que nos hace perder la esperanza al no encontrar la salida. Todos los laberintos tienen una salida. Estoy seguro que la encontraré. Ese día seré libre y podré volar como esa gaviota.
El sol ya había traspuesto la línea del horizonte y dibujaba colores anaranjados en el azulado cielo y en las dispersas nubes.
Arriba, en las escalinatas que conducían al paseo costero reñaquino, le esperaba Claudia con una nerviosa y ansiosa sonrisa dibujada en los labios Sin ocultar su extrañeza y felicidad, al abrazarla, pudo ver en sus verdes ojos, los colores anaranjados de la puesta de sol. Ella le susurró al oído: Hace poco me llamó tu papá. Nos espera este fin de semana en su casa.Caminaron juntos de regreso, en silencio. Él, con la seguridad que su papá sabría indicarle la salida del Laberinto.

ASPERGER

Siento que mi mundo, como un globo, ha reventado.
He descubierto la música y eso me gusta. Me acuesto y duermo con los audífonos puestos. Cuando me levanto, hago lo mismo.
Me llaman la atención y, no logro comprender porque, dicen que, para hablarme tienen que gritarme para que escuche. Me da rabia cada vez que interrumpen mi música.

Me siento oprimido, apretado en mi cuerpo.
Me cuesta comprender una extraña sensación de placer que siento en mi ser e intimidad cuando miro a una niña. Hay una que me llama mucho la atención y la imagino jugando conmigo o simplemente escuchando música por las tardes en su casa.
Me gusta mirarla y quisiera que, ella, juegue conmigo.
No sé por qué de pronto siento rabia y ganas de golpear a mis compañeros de colegio cuando se acercan a la niña que ha provocado en mí cosas extrañas y ricas.
Siento que no soy el mismo de ayer. Que ya no me gusta salir con mis padres, que quiero salir solo e ir a una fiesta con mis amigos y estar cerca de la niña que me gusta.
En ocasiones he llorado y sin saber por qué.
¿Qué sucede hijo? ¿Te hicieron algo malo en el colegio?
¿Por qué lloras? – me pregunta mi mamá preocupada.
La miro sin entender, no sé cómo explicar lo que me pasa.
Me gusta jugar y correr, hacer bromas y reírme con fuerza, porque escucho mi risa que rebota en las paredes de mi dormitorio o en la sala de clases.
Hay algo que me dice que ya no debo seguir corriendo, ni que debo seguir jugando, ni reírme fuerte o hacer bromas. Eso, a mis compañeros de colegio, les molesta.
Los veo distintos y ellos me sienten distinto.
Me hago muchas preguntas que, me golpean una y otra vez.
¡No quiero ir al colegio, no quiero! – me digo entre sollozos y una rabia que me cuesta contener, pero cada mañana me levanto con un deseo enorme de llegar al colegio. Nuevamente podré ver, escuchar y, saludar a la niña que me gusta.

¡Ya sé!, Trataré de ser interesante y simpático.
¡Haré lo que digan mis compañeros!
¡No reiré! ¡No molestaré! ¡Eso haré!

Pero, no logro entender cuando mis compañeros se acercan y me preguntan si estoy enfermo o si tengo algo...
¡Quiero ser distinto y no me dejan! – No entiendo.
Si río se enojan, si callo me creen triste o enfermo.

Es una pregunta demasiado difícil. Mejor escucho música.

EL PAJERO

Desde los trece años, comenzó con la práctica de la masturbación. Por las tardes sacaba, bajo el bolso que tenía en la parte más alta del closet de su dormitorio, unas revistas que se conseguía con unos amigos o se las cambiaba por cigarrillos importados que su padre traía después de cada viaje a Argentina.
Usando internet, se las arreglaba para burlar los bloqueos que su mamá había solicitado a un vecino, porque lo había sorprendido visitando páginas eróticas una tarde.
El pajero le había dicho su padre, cuando lo supo. Tengo un hijo pajero. Junto con la denuncia de su papá delante de sus hermanos menores y de una hermana mayor, le expuso una serie de consecuencias, todas ellas, producto de su propia fantasía o de mitos que había heredado cuando fue adolescente.
Temía estar en su pieza con la puerta cerrada porque, pensaba que su mamá o papá cuando estaba en casa iban con la intención de sorprenderle en un acto de masturbación.

Se sentía asfixiado, era una tendencia que no podía controlar y cada vez se alejaba más y más de sus amigos, porque uno de ellos fue consultado por su padre acerca de las actividades que realizaban, con la clara intención de averiguar quién le proveía de las revistas de carácter porno que le había descubierto.
¿Es verdad que tu viejo te pilló unas revistas porno en tu pieza? ¿Te corrí la paja con esas minas? Esas preguntas de su amigo más confiable las debió sortear con las típicas respuestas evasivas, tomando el asunto para la risa.
Era claro que sus amigos no le dieron importancia al asunto después de molestarlo un par de días. El problema, ellos, lo olvidaron.
A Tomás, no le parecía así.
Evitaba meter las manos en sus bolsillos cuando hacía frío porque pensaba que sus amigos podrían pensar que se estaba masturbando.
Tenía serios problemas de conciencia, realidad que lo llevó a alejarse de la fe y de la oración.
Una de las situaciones más conflictivas en su yo interno que tuvo que sufrir, fue cuando, por sorteo, en el curso en la asignatura de biología, que estaba enmarcada dentro de una unidad de anatomía y de los órganos reproductores, le correspondió exponer el tema.
Su papá, de vez en cuando, le decía: ¡Muéstrame la mano! Como buscando un indicio que su hijo continuaba con esa práctica sigilosa y, para él, casi delictiva.
¡Papá! ¡No soy pajero! Eso ya pasó y superé esa etapa...¿acaso tú nunca lo hiciste?
Pero, eso no bastaba.
Dentro de si mismo, se daba cuenta que algo andaba mal, porque buscaba la soledad y por las noches no podía controlar sus fantasías con las compañeras y, hasta con una profesora nueva que había llegado como reemplazo de otra que estaba con licencia médica.
Su obsesión eran los senos y la profesora tenía sus senos bastante grandes.
Con sus dieciséis años, le costaba establecer una relación de pareja estable.
La actual polola, tiene un buen físico. Él lo sabe y se ha dado cuenta que siente celos cuando es observada por personas que pasan por su lado.
Es muy respetuoso de Sofía, pues, a pesar que usa poleras con escote, nunca ha osado acariciarle los senos.
Por las noches, sí que se place en fantasear con su polola para terminar en una eyaculación que sabe disimular muy bien para no dejar huellas en las sábanas de su cama.
En la medida que más se empeñaba por no caer en la práctica diaria de la masturbación, más sentía el impulso.
Era una situación que, sabiendo no era normal, trataba de minimizarla.
Con Sofía, la relación comenzó a tener un giro que jamás pensó pero que sí, siempre deseó.
Con ella inició su práctica sexual. Ambos aplicaron los conocimientos adquiridos en su colegio para evitar un embarazo.


El primer tiempo fue una práctica desenfrenada por ambos. Los encuentros no podían terminar sin tener una relación íntima. Sofía le permitía fantasear con su cuerpo y posiciones que Tomás había visto en las revistas y en algunos videos porno.
Durante un par de meses olvidó su problema que tanto le agobiaba y se sentía feliz. Esto era el remedio que me faltaba – se decía.-. Así parecía porque se había tornado sociable, en él había resucitado el personaje lúdico y bueno para las bromas y risas.
Pero, las fantasías cansan cuando no hay un proyecto de vida. Y, Sofía comenzó a exigir respeto por su cuerpo porque Tomás la tenía como un objeto sexual para sanar y sacar de su mente esa antigua obsesión.
La continencia, nuevamente despertó en Tomás la práctica de la autosatisfacción personal y privada, al no tener la posibilidad de una práctica sexual con Sofía en forma periódica. Se fue alejando de ella siendo un tanto descariñado y poco atento con otro tipo de cosas que una mujer espera de su pareja.
Volvió a su antigua trinchera, donde la mujer que él creaba en su imaginación nada decía y todo lo soportaba, mientras su subconsciente reclamaba un sicólogo.

DECISIÓN

No sabía el origen de su molestia y, no se explicaba los sentimientos encontrados que experimentaba hacia su papá. Sentía que todas las cosas que le decía, eran para molestarlo. Únicamente para molestarle y, quizás, ver cuándo reconocería como buenas sus latas de consejos y advertencias.
Lo que más le molestaba era que, él, se creía un hombre con gran experiencia en relaciones humanas, un consejero experto y doctorado en la materia. El conocedor del género humano.
Cuánto le molestaba las veces que, cuando conversaban, él, al escucharle, se bajaba los anteojos casi hasta el borde de la nariz mirándole por sobre los marcos de estos. Más aún, cuando, después de escucharle, se sacaba los anteojos y llevaba los soportes de sus lentes a la boca y movía una pierna sobre la otra. Parecía sicólogo o siquiatra pero, en realidad era maestro enfierrador de la construcción.
No había logrado olvidar el día que se rió de él cuando le contó, después de muchas dudas y temores, que estaba saliendo con una compañera de curso de su hermana. No lograba olvidar aún el largo y latero sermón que le dio y, cuando tuvo que escuchar por enésima vez la misma historia cuando se enamoró por primera vez.
Una cosa le preocupaba y tenía que conversar con él. El próximo año pasaría a Tercero Medio y tenía que elegir un plan. Le incomodaba tener que conversar con su papá sobre el tema pero, tenía que llevar firmado un papel al Liceo respaldando su difícil decisión.
Quiere estudiar sociología y su papá tiene metido en su cabeza que tiene que estudiar una carrera ingenieril. Que se ha sacrificado mucho y que se había roto las manos con los fierros y quemado la piel a todo sol para que él fuese un profesional, un gran ingeniero. Ese era el sueño de su papá, sueño que no pudo cumplir porque quedó huérfano de padre a los diecisiete años y tuvo que trabajar para ayudarle a su mamá con los estudios de sus hermanos. Sabe lo incómodo que será informar su decisión porque, quiere que su primogénito sea lo que él no pudo ser.
Sentía que echaría por el suelo todos los sueños y esperanzas que su padre había puesto en él, que se producirá una gran discusión entre su papá y su mamá, porque ella siempre sale en su defensa.
Repasó los argumentos y consejos que le dio la orientadora en el Liceo; que tenía que pensar bien su decisión, que no se guiara por las buenas notas que tenía en matemática o en las Ciencias Naturales, ni que se fuera a determinado tercero porque allí se irían sus compañeros más amigos, que en tal tercero estaban los más brillantes e inteligentes, sino que siguiera la voz de su conciencia, que viera bien cómo, él quería proyectar sus estudios para el futuro. Fueron muchas consultas y varias reuniones que tuvo con su orientadora para tomar la decisión.
“En Historia tengo una muy buena nota, en Lengua Castellana también. La profesora de Historia, que es mi orientadora, me ha dicho que con la carrera que quiero seguir puedo hacer mucho bien a la sociedad, que me gusta investigar el comportamiento de la sociedad, las corrientes políticas, económicas, que me gusta investigar los avances de una sociedad, los retos y desafíos del hombre en el campo social..... mis estudios ayudarán mucho a los cientos y miles de jóvenes desorientados, propondré estrategias nuevas para soluciones sociales, estudiaré para cambiar las estructuras injustas”. ...esos eran los argumentos que había ensayado una y otra vez para conversar con su papá..
Y, lo tenía allí. Estaba tratando de transplantar un limón a otro lugar más espacioso del jardín. Lo escuchaba resoplar porque las raíces del pequeño limón, se resistían fueran sacadas de su sitio y se agarraban con fuerza a la tierra.
Una cosa admiraba y agradecía de su papá. Que siempre se habría preocupado de la casa, de tener frutales y una pequeña huerta para que su mamá tuviese perejil, cilantro, orégano, pimentón y todo tipo de hortalizas frescas para la familia.
Sabía que su mamá estaba al interior de la casa, pendiente de la conversación que sostendría su esposo e hijo. En cierta medida se sentía respaldado y protegido, porque ella había conversado con él y, su papá ya sabía algo.
Después de conversar con su papá, ingresó a su dormitorio con una sensación extraña. ¿Tranquilidad? ¿Alegría? ¿Paz? ¿Incredulidad? ¿Temor? ¿Desconcierto? ¿Admiración?..... Estaba confundido.
Su mamá, golpeó suavemente la puerta del dormitorio y, con un gesto ocular, preguntó cómo le había ido con su papá. Se incorporó de la cama y abrazándola, susurró a su oído: dijo que no me podía exigir ni obligar a ser lo que él no pudo ser, que me seguiría apoyando en todo y que ustedes serian muy felices si logro ser lo que quiero ser. En silencio, después de escucharle y besarle en la frente, su mamá salió del dormitorio.

Con la intención de agradecer y abrazar admirado a su padre, salió al exterior de la casa por la cocina y tuvo que postergar su impulso dibujando una sonrisa emocionada en su ansioso rostro...
Junto al limón recién transplantado estaban su padre y madre abrazados, conversando..... construyendo quizás qué sueños con la decisión y elección que había tomado para seguir estudiando en el Tercero Año Humanista Social.

COSAS DE MUJERES

Hace días que había cambiado su comportamiento y, sus padres habían notado el cambio. Llegaba de su colegio y se encerraba en la pieza. Poco contaba, ahora, de sus travesuras y novedades del colegio.
Parecía que era propio de su edad. Cursaba el tercer año de enseñanza media y, estaba en pleno proceso de cambios e inestabilidades emocionales. Sabían ellos que, sus períodos menstruales no eran exactos y que, cuando le correspondía, sufría una serie de incomodidades y alteraciones.
Está en su período, decía su madre a modo de explicar el ostracismo de su hija a su marido.
Parecía que la explicación de la causa de tanto encierro de la única hija, dejaba tranquilo a su padre que solo se quedaba en el umbral del famoso dicho “son cosas de mujeres”. Eran cosas de mujeres y eso correspondía a otra mujer entenderlo y solucionarlo.
Con la mirada fija en la pantalla del televisor y, sin tomar atención a los destellos de ella, se lamentaba no haber podido tener más hijos y, sobretodo no haber podido tener un hijo varón con su esposa.
Era un secreto que le atormentaba, pues en verdad es padre de un hijo varón que tiene quince años y que, contra su voluntad, había ingresado al mismo colegio de su hija.
Confesar que había tenido un hijo fuera del matrimonio, después de saber que su esposa no podría concebir hijo alguno, era demasiado tarde y sería, sin lugar a dudas, la causal del término de la convivencia en su casa. Tenía muy claro que debía marcharse a otro lugar y, además que no tendría la posibilidad de ir a vivir junto a la madre de su hijo pues, ella había encontrado hace dos años una pareja estable. La relación con la madre de su hijo era muy escasa y solo, si se producía, era una vez al mes cuando le avisaba por teléfono que había realizado el depósito en el banco para su hijo Javier Ernesto.

Hasta el año pasado participaba de las reuniones de apoderados y, al saber que Javier Ernesto cursaba el segundo año de enseñanza media en el mismo colegio, pidió a su esposa lo hiciera arguyendo razones tan simples como que, ella era la madre y mujer y que debía atender y comprender mucho mejor a su hija en “las cosas de mujeres”.
En dos ocasiones pudo constatar que su hija había querido conversar con él y, de un modo muy diferente al usual.
Allí estaba, absorto ante la pantalla, recapitulando una serie de imágenes del comportamiento de su hija Javiera Alejandra. Cada vez el fantasma que, ellos pudiesen encontrarse, le apretaba implacable el pecho.

Son más de mil chiquillos, además están en cursos y niveles muy distintos, se consolaba. Difícil es que se sepan hermanos por el apellido.
Pero también su temor, le hacía pensar que se podrían encontrar y conocer en las tantas fiestas y actividades que organiza el colegio, además que el apellido Rodríguez no es de los más repetidos en la ciudad.

Los gritos y llamados de su esposa, lo hicieron volver a la realidad de un brusco modo.
Ingresó en forma rápida y casi torpe al dormitorio de su hija y, al verla tendida de hinojos sobre la cama y con una serie de pastillas de distintos colores en su mano derecha, sintió que su cabeza estuvo a punto de estallar.
Su esposa le hacía masajes con alcohol en los antebrazos y entre llanto histérico y gritos le decía que llamara una ambulancia.
Al acercarse al velador de su hija y tomar el auricular, se fijó en un sobre que estaba a los pies de la cama. En forma disimulada lo cubrió con su zapato apartándolo de la vista de su esposa.
Estaba tembloroso. Sus dedos los sintió torpes al pulsar el número del hospital. Tiritaba y sentía su espalda mojada por la transpiración. Su lengua era traposa al momento de hablar y solicitar con suma urgencia una ambulancia.
Tenía la mirada vidriosa, la lengua fuera de forma y verdosa. Sus delgados y blancos brazos eran simulares a los de la muñeca o tuto de Javiera, que le acompañaba cada noche, desde sus diez años, sobre la almohada.

En el hospital la dejaron en observación a causa de la ingesta abultada de fármacos y drogas, de las cuales, no podían entender su procedencia. Su estado era de cuidado.

Su esposa se había quedado dormida sobre la cama sin sacarse la ropa y ponerse el pijama. En un gesto tierno y lleno de culpa, extendió su mano derecha para acariciar la ondulada cabellera de María Elisa que dormía agotada con muchos sobresaltos.
Salió en forma muy queda del dormitorio e ingresó al baño. Pasó el seguro a la puerta y, sentándose sobre la tapa de la taza del water, abrió el sobre que había encontrado en el piso del dormitorio de su hija.
Con un temblor que no podía controlar en todo su cuerpo, leyó el breve mensaje de la carta, Papá. si me hubiese dicho la verdad lo hubiese entendido pero su mentira hizo que el primer amor de mi vida fuese mi único hermano.
Sintió que todo su mundo se derrumbaba. Angustiado, culposo y tembloroso salió al patio para llamar a su hijo.
Mañana será el día de la verdad. Mañana, se dijo,...

REPITENCIA

Era imposible y lo sabía. Durante el primer semestre experimentó muchas cosas que lo marcarían para toda su vida.
Una tarde de invierno, cuando llegó a casa después del colegio, se encontró que la camioneta de su papá estaba estacionada a la entrada de la casa. Pudo observar que, en la parte posterior de la camioneta de doble cabina, había muchas cajas de cartón cuidadosamente amarradas y, en los asientos otras tantas.
Lo encontró en el dormitorio introduciendo unas camisas y objetos del baño en un pequeño bolso de mano.
Era un martes 12 de julio y su padre abandonaba la casa.
No se atrevió a contarle que lo habían suspendido por cuatro días y que él debía presentarse a conversar en Inspectoría General. El motivo era una discusión con un compañero que siempre lo molestaba por su nariz tan pronunciada y se había cansado que le llamara por manzana y, el otro motivo era las acumulaciones de anotaciones negativas absurdas que ponen los profes: alumno que interrumpe la clase, alumno que llega atrasado, alumno que se para sin autorización... puras guevadas.
Cuando su padre cerró la puerta, estaba en su pieza encerrado con sus ojos llenos de lágrimas.
En el colegio iba mal con sus notas. El primer semestre tuvo cuatro notas deficientes que, eran superables ninguna menor que el tres coma cinco.
Las constantes discusiones en casa, el pololeo y su club deportivo y amigos no le permitieron tener el suficiente tiempo para dedicarse a sus estudios.
Con Ximena discutía bastante porque ella quería que dejara por un tiempo el club deportivo, que los entrenamientos de dos veces a la semana y los partidos de fines de semana le quitaban mucho tiempo.
También Ximena cursaba el cuarto medio pero en otro curso. Ella le ayudaba mucho con las tareas y trabajos pero, en la realización de las pruebas no podía ayudarle.

Su mamá después de decirle muchas cosas y de llamarle la atención, además de comprenderlo muy bien, le miraba con ternura y no podía aceptar que dejase de estudiar y comenzar a trabajar.
No quería volver al colegio porque, en su interior no aceptaba el fracaso de su repitencia.
Era noviembre y faltaban dos semanas para fin de mes y tenía dos notas deficientes con un promedio de cuatro coma dos final. Definitivamente había repetido el cuarto año medio.
Sabía que sufriría mucho al ir al colegio y saber que Ximena no estaría allí y que estaría estudiando alguna carrera universitaria, que tendría nuevos compañeros, que no la podría ver como antes a causa de los horarios y estudios, además porque se iría a Valparaíso a casa de una tía y allí se hospedaría. Eso, ambos, lo habían conversado durante casi todo el año y, que él también viviría allí si quedaba en la universidad. Esos eran sus planes.
Allí estaba su madre que, con una enfermedad de carácter siquiátrico, se veía sobrepasada con la problemática y decisión de su hijo. El trabajar y estudiar de noche el cuarto medio para reunir dinero y postular a una universidad.
Lo que la buena mujer no podía conocer eran las intenciones más de fondo de su hijo que, había acumulado un odio inmenso en contra de su padre que había abandonado a su madre a causa de su enfermedad y de las crisis porque ella pasaba.
Bajo su cama tenía cuidadosamente enrollada una soga gruesa y resistente con la intención de quitarse la vida, que bajo el colchón tenía cuatro sobres sellados con la sentencia de su voluntad ya firmada.
Luis Segundo estaba sumido en una depresión agónica y trataba que nadie lo notara. Sabía simular un buen estado de ánimo y esconder el verdadero drama interno. Todo lo tenía claramente definido y estudiado. El dónde, el cómo y el cuándo terminar con su vida.
Lo que no estaba en sus planes era que su padre sufriese un accidente automovilístico con fatales consecuencias en Ovalle y la noticia le hizo olvidar sus planes y decisión.
Suspiró e inhaló con fuerza la mayor cantidad de aire que pudo. Con sus cuarenta y cinco años, estaba sentado frente al lecho de Pedro, el pilluco como le decían sus compañeros, con una venda que dejaba ver parte de las huellas y marcas de su intento de suicidio que había perpetrado horas antes en el patio de su casa.
Pedro, de un carácter muy introvertido y tímido, tuvo una gran depresión porque estaba acostumbrado en la básica a ser el primer alumno en todo. Ahora en el Liceo, la realidad era muy distinta; tiene tres compañeros de su curso que le superan por sus habilidades y conocimientos.
Ese fue el motivo de la decisión de quitarse la vida, más la presión que ejercía su familia sobre él que no se explicaba el brusco cambio que había tenido.
Al día siguiente, de acuerdo con el fiscal, nuevamente le visitó para contarle su historia y cómo también había planificado quitarse la vida y que la muerte de su padre le había salvado la suya.Pedro escuchó al siquiatra con ojos asombrados y creyó en sus palabras. Se dieron la mano al despedirse como señal de iniciar un proceso nuevo y encarar la vida con valentía.

PILÁPOLO

A sus casi diecisiete años, una conversación le hizo viajar a Concepción, donde vivió parte de su infancia.
Siempre sus padres le recordaban su infancia, para que tuviera presente sus raíces y su historia en esa ciudad lluviosa, hermosa y cosmopolita de la octava región.
Con unas fotos en sus manos recordó al tío Jorge y la tía Mónica que eran vecinos suyos. Muchas veces se quedaba en su casa mientras sus papás trabajaban. Ellos tenían un hijo pequeño que se llama Daniel... recuerda que una vez, ese niño, causó un incendio de pastizales en un cerro durante un verano.
Se recostó sobre el sofá y también recordó al Milo, un amiguito de la casa del frente y a Gonzalo con quien jugaba en su casa. También vino, como invitado, a su memoria el tío Raúl que lo llevaba al jardín todas las mañanas en un auto amarillo. Lo sentaba en el primer asiento y podía pasear por toda la población de Denavi Sur porque tenía que pasar a buscar a muchos niños antes de ir a su jardín. La Rosita, una nana que tuvo, con quien aprendió muchas cosas entretenidas y jugaba bastante y, otras señoras... una de ojos celestes, muy celestes y la última que se llamaba Marisol.

Con su papá salía a pasear al cerro y por el bosque. Lo subía sobre sus hombros, cuando se acercaban a la casa del lobo. Los días sábados siempre salía con su papá a pasear al bosque o iban a jugar a la pelota a la cancha.
Recuerda que su papá caminaba junto a una carreta de caballos con él, sobre sus hombros. Que en ocasiones se sintió grande, cuando condujo esa carreta de caballos que un señor usaba para vender y gritar sus productos: papas, cebollas, tomates, verdura fresca le traigo caserita....
Otro grito que hace reír, hasta la fecha, a sus padres y hermanos menores cuando se lo imaginan, eran de otro señor que vendía productos del mar: cochayuyo, ulte, piure, macha y pescá’...
Su papá le hizo un día una mesa y una silla para él. Le gustaba leer y escribir. Y los domingos, le compraba y pasaba un diario que traía juegos y cuentos: La Ronda de los Sapos. Ahora recuerda y cae en la cuenta que, era un suplemento para los niños porque visitó la página web del Diario El Sur en más de dos ocasiones.
Cerca de su casa había un pequeño canal de agua y, casi al frente una casa donde había una abuelita que tenía una gallina y un gallo muy grande. Le gustaba ir a ver el gallo pelao’ que le hacía recordar los cuentos y fantasías que su papá inventaba para él con su guitarra y canciones.
También le gustaba mucho cuando llovía, porque sus padres hacían un circo en el living de la casa y, allí jugaba con su hermana pequeña que andaba gateando por todas partes y, antes que naciese su hermana, tuvo un amigo invisible que se llamaba Pilápolo.
Pilápolo era entretenido y un buen amigo. Le acompañaba y nunca se enojaba con él. Tampoco le quitaba sus juguetes y cuando llegaba la noche no tenía miedo, porque Pilápolo se quedaba escondido en un pequeño closet que había en la pared... se escondía en medio de la ropa.
Era bueno para dormir, porque cuando quería ir al baño, lo llamaba y no despertaba y tenía que llamar a su papá.
Pilápolo era muy entretenido, un buen amigo y muy leal, cada vez que despertaba en las mañanas, lo llamaba y jugaban a la fuerza G y al hombre araña. Se sentaba al lado de él y le decía cuál color era el mejor para rellenar los dibujos y figuras en blanco de la Ronda de los Sapos.
También le acompañaba a misa los domingos. Él caminaba a su lado, mientras conducía su Fórmula Uno de color rojo. Su papá tocaba la guitarra en misa y cantaba con su mamá.
Cuando iba con su papá y mamá al Parque a jugar o al barrio universitario, Pilápolo jugaba con él a las escondidas en medio de las plantas y flores, también le gustaba mucho ver los cisnes en la laguna del campus universitario.
Había hecho un pacto con su amigo Pilápolo y, no debía contar de su existencia a su papá ni a su mamá. Así era Pilápolo, le gustaba ser invisible a los grandes porque podrían pensar que él estaba enfermo de la cabeza.
Aún no logra explicarse por qué su amigo invisible de pronto desapareció. Tal vez sintió celos, cuando comenzó a conversar con su hermana menor... cuando podía dar unos pasos y, él, como hermano mayor andaba junto a ella y la protegía, la cuidaba porque la quería mucho. Sin despedirse, un día Pilápolo, se fue de casa y nunca más supo de él, solo lo tiene guardado en su recuerdo.
En la actualidad, tiene buenos amigos con los cuales comparte sus ideas, sus cosas más íntimas, hace deporte, va al estadio o a fiestas, pero Pilápolo marcó en él una profunda vivencia porque fue su primer amigo.
Pilápolo, le dejó grandes enseñanzas: la fidelidad, la amistad incondicional, el saber mantener un secreto, la generosidad, la compañía, el saber escuchar, la lealtad. Para él fue una especie de modelo de amigo.
También aprendió de sus padres el saber respetar un secreto, porque nunca le obligaron les dijera algo de su amigo Pilápolo, ni lo presionaron para que se los presentara o describiera, tampoco se rieron de él.
Ojalá muchos niños, jóvenes y adultos puedan encontrar un amigo como el que tuve, se dijo después de incorporarse del sofá e ir a atender la visita de un amigo y compañero que esperaba para estudiar.

ME PREOCUPAN LOS DEMÁS

Siempre vivió pendiente de los demás.
Tenía una capacidad de convencimiento que impresionaba al mejor orador del planeta.
La cortina de su dormitorio le impedía ver bien el exterior y, eso la atormentaba en demasía. Sentía una angustia que le aprisionaba el pecho y dificultaba su respiración.
Olga, su hermana menor de fuerte contextura y poseedora de setenta y un años, tardaba en llegar del almacén. Le preocupaba su tardanza porque cada vez sentía que la cortina, de la ventana de su dormitorio, le ahogaba más y más.
Si había vivido sus setenta y ocho años siempre pendiente de su hermana que era muy corta de entendimiento y sin capacidad de resolución, ¿por qué no fue capaz de correr del todo la cortina de la ventana de su dormitorio?

La casa de tres dormitorios, con amplio patio sombreado por los frutales que, en forma sistemática, había encargado a Tomás los plantase en lugares bien definidos para darle forma a los mil quinientos metros cuadrados de terreno, le había costado años de ahorro fruto de su trabajo como profesora de la única escuela del alejado sector cordillerano.
Cuando joven, recuerda, su casona era muy visitada y en el patio siempre vio correr despreocupados a los niños con pelo plomo y narices siempre adornadas por la mucosidad de los fríos inviernos.

Con su mano espantó una mosca que se había posado en un chal que había tejido con los restos de lanas de distintos colores y de una simetría casi perfecta.
La mosca, con uno de sus millones de ojos, vio una mano huesuda y de carnes flácidas y resecas que se acercaron amenazadoras y cambió su posición lejos de ella. Se posó a la altura de los pies de la anciana que siempre vivió preocupada de los demás.

Suspiró, y quiso olvidar el detalle de la cortina que le ahogaba deteniéndose en un episodio de su vida.
¡Pero, si solo fue un comentario! ¡No lo hice con mala intención! – fue lo que dijo a su colega que estaba totalmente descompuesta ante el mal intencionado comentario que había salido de sus labios.
¡Vives pendiente de los demás! ¡Tienes envidia! ¡Eso es!
Recuerda cuánto le costó convencer a Ernestina que, jamás tuvo mala intención con ella.
Recuerda a un sacerdote que le dijo, como respuesta, ante su ideario de preocuparse siempre de los demás; ¡si te preocupas de los demás y haces cosas concretas por los demás está muy bien! ¡Eso es caridad! Pero si nada o poco haces por los demás, entonces, te dedicarás a hablar de los demás y, eso, no es caridad. Es una enfermedad grave que se llama envidia y malidicencia.

Quiso, ahora, preocuparse de la cortina pero, el recuerdo de esa conversación no se lo permitió.
Llegó a ocupar un cargo importante dentro de la escuela durante seis años gracias a su capacidad de convencimiento y de oratoria, a su experticia por indisponer a las personas entre sí.
¡La sembradora! Le decían sus compañeros de trabajo de la escuela.
Desde la portera hasta la más nueva de las profesoras que había ingresado a la escuelita, se podían dar cuenta que, no le preocupaban las personas para ayudarlas sino para destruirlas.
¡La sembradora de cizaña!

Cuanto problema o situación difícil con algún niño o apoderado que le tocaba vivir y no podía resolver, decía que las responsabilidades eran compartidas, dando argumentaciones brillantes y convincentes a sus superiores jerárquicos. Siempre salió bien parada, siempre.

¡Verán! – dijo una colega suya, que la conocía desde los inicios de su carrera docente, a otras que estaban sufriendo producto de su astucia y argucias – ¡no se dará cuenta cuando crezca toda la cizaña que ha estado sembrando! ¡Ese día será envuelta y se ahogará en ella!.
¡Siempre descalifica! – dijo Rosita de coloradas mejillas – y nada se puede comentar a la directora porque son amigas...

¡Ah! – Exclamó con molestia, volviendo a la realidad y fijando nuevamente su mirada en la cortina de la ventana de su dormitorio..
¿Por qué mi hermana no será capaz de preocuparse de los demás y, antes de salir, no dejó la cortina bien corrida?
¡No sé cómo hay gente tan incapaz de preocuparse de los demás!
Y, si uno se preocupa demasiado, a la larga queda sola y abandonada en su vejez..... ¿de qué me sirvió preocuparme de los demás? ¿De qué?
Suspiró y unas secas lágrimas quisieron licuarse en sus arrugados párpados, al tiempo que una leve brisa de remordimiento y culpa, tímidamente, se asomaron por la tapiada puerta de su conciencia.

LA MOCHILA

LA MOCHILA

Pocas veces había salido de su casa con una sensación extraña. Se sentía ansiosa por llegar pronto al Liceo. La conversación con su mamá la noche anterior y, el comentario entre bromas de su papá antes de acostarse, le hacía sentir la seguridad que tenía permiso para andar con Sebastián.
Había sido ayer jueves que, en el casino, durante la hora de almuerzo, Sebastián le había preguntado si ella se había dado cuenta que él estaba enamorado de su sonrisa y de su mirada. Que, entre sorbos de una bebida y mordidas a una chaparrita compartida, le había confesado que siempre había admirado su modo de caminar y la delicadeza que tenía para tratar a las personas.
Ella no se sabía una mujer estupenda. Era mas bien baja y evitaba las fiestas porque no tenía mucha gracia para bailar, además no tenía mucha ropa para cambiarse y sus únicos zapatos de salida los tenía demasiado gastados en la suela.
Mientras caminaba hacia el Liceo, sonreía cuando recordaba los ensayos frente al pequeño espejo del baño de su casa de varios tipos de sonrisas, como buscando aquella que más le gustara a Sebastián, su compañero que la conocía desde Primero Medio. Tardó más de la cuenta en cepillarse los dientes y practicar todo tipo de miradas frente al espejo, mientras frotaba con el gastado cepillo su pareja y blanca dentadura.
Aún sentía ese cosquilleo en su estómago, cuando al despedirse el jueves en la puerta de su casa, él la besó en forma furtiva.
Estaba feliz porque pensó que le darían, sobretodo su papá, un gran discurso y una serie de indicaciones para que no le pasara lo mismo que su hermana que, en tercero medio se había enrollado con un mino que no valía la pena y que la había dejado muy mal.
El segundo motivo es que llevaba dos trabajos terminados que había logrado imprimir en la casa de una tía, después de mucho esfuerzo y hojas perdidas. Sabía que estaban buenos y que obtendría en, por lo menos uno, un siete. Los llevaba cuidadosamente guardados en su mochila.

Había olvidado las bromas y risas de sus amigas en el baño, las felicitaciones y, hasta los comentarios de la Fany del tercero J que estaba de muerte porque le había tomado a su mino.
Tampoco había logrado ver las miradas de los compañeros y compañeras del Liceo a la salida cuando caminaba tomada de la mano con Sebastián rumbo a su casa. Era cierto que llamaban la atención porque Sebastián era un tipo de buena presencia y bastante más alto que ella.

De todo eso no se pudo dar cuenta porque sentía una tremenda impotencia por el dos que le habían puesto en uno de sus trabajos, el que más le había costado hacer. Lo llevaba arrugado y doblado en mil partes en su mochila, a causa de su rabia, dolor e impotencia.
Sentía rabia contra dos compañeros de otro curso que se lo habían pedido prestado para verlo durante un recreo y que, sin decirle a ella, le habían sacado fotocopia cambiándole la tapa y lo habían presentado al profe durante el mismo recreo.
Recordaba que el profesor le había dicho que tenía muy buena memoria visual y, que por último merecía un dos porque, ella, había tratado de hacerlo leso pasando su trabajo a compañeros de otro curso para que salvaran el ramo.... recordaba con rabia la vergüenza que sintió ante el curso
No podía entender el cinismo y la poca hombría de sus compañeros que no fueron capaces de ir con ella donde el profesor y decirles la verdad. No pudo creer cuando, ellos, se le contaron como si fuera un chiste. Ella lo había tomado como una broma. No pudo creer que fuese cierto. Se sentía atropellada, engañada, tomada como una tonta. Sentía que cargaba en su mochila una tremenda injusticia y la impotencia de no haber sido escuchada, de haber sido burlada. Y se acordó de la cara y rabia de su papá que, había trabajado varias noches en un proyecto para la empresa y que su jefe lo había presentado como obra suya y no de su papá... que fue por ese motivo que renunció a la empresa y ahora estaba trabajando y ganando mucho menos que antes. Sentía que le había pasado lo mismo.
Cuando restaban tres cuadras para llegar a su casa, pudo entender lo que decía Sebastián a modo de solución. Que sus padres fueran con ella y hablaran con el profe para que le dijeran que, efectivamente ella había hecho el trabajo, que con eso el profe le borraría la anotación en el libro y que se haría justicia poniéndole a ella el siete que le había puesto a los otros sinvergüenzas y mentirosos.
Poco a poco, mientras escuchaba a Sebastián, comenzó a sentir que, el peso de su mochila era más liviano. Se detuvo, la abrió y sacó de su interior la carpeta arrugada, con un notorio dos con lápiz rojo.
Dos semanas de trabajo para esto, pensó en voz baja.
El lunes. El lunes iré con mi papá – pensaba en silencio - pues tenía la certeza que su papá la entendería y que lograría que el profe cambiara de opinión.... Se sintió apoyada, comprendida

Suspiró y dibujó en sus labios la sonrisa que más le gustaba a Sebastián, para perder sus labios en los labios de él.

EL PREMIADO

El Director ya había pronunciado el discurso de premiación y, todo el colegio estaba allí presente. Estaba vestido en forma impecable; su camisa blanca inmaculada, su corbata con un prolijo nudo, sus zapatos muy lustrosos frenaban la caída de un pantalón de buena tela.
En tres ocasiones giró sobre sus talones para, con una mirada severa, recriminar a sus compañeros que guardaban la compostura durante el discurso del director. Sentía que ellos hablaban de él.
Se sabía distinto, inteligente, meticuloso, muy ordenado, de buena dicción, de gran locuacidad y cortés.
¡No importa que se rían de usted hijo! ¡Lo importante es que se distinga de los demás por ser como es!. Ese discurso lo había escuchado de sus padres desde muy pequeño.
Se sabía distinto, diferente al resto de sus compañeros. Sus profesores, desde pequeño también lo trataban de modo distinto.
En sus doce años de estudios, había sufrido de las bromas que le hacían. Sintió el peso de la envidia. Se sintió discriminado cada vez que había un paseo o cuando debían formar un equipo de fútbol para competir en los campeonatos internos del colegio.
Incluso pensaban que era maricón, porque nunca le habían visto con una polola. Y, tuvo que pololear con una niña que no era de su total agrado para probar ante los demás que era macho y no maricón. Cuatro meses duró su pololeo que, era mas bien un pololeo de patio del colegio y no de tiempos libres.
Le daba rabia, cuando sus profesores lo ponían como ejemplo, porque eso lo excluía cada vez más del resto de sus compañeros.
Le acusaban de soplón y traidor, cuando un inspector descubría al autor de alguna broma de mal gusto o de algún acto que no era permitido dentro del colegio.
Sus amigos eran de cursos superiores y muy escasos.
Fue nombrado por el profesor que conducía el acto de premiación. Eran cinco premios que recibiría y dos de éstos, los compartía con compañeros de otros cursos.
Su promedio de primero a cuarto medio fue de 6,9. En realidad, casi fue un siete porque obtuvo un 6,94 periódico.
En la última semana de clases, pudo sentirse querido por los compañeros de su curso. Solo allí, después de muchos rodeos y bromas, el líder de los revoltosos y que casi repite curso, se atrevió a decir que lo felicitaban y que él, personalmente, sentía envidia de sus logros y éxitos y que le molestaba verle siempre ordenado y tan caballero y responsable con sus cosas.
Allí le reconocieron, las ocasiones que él se ofreció para explicar los problemas matemáticos después del horario de clases y se lo agradecieron, al tiempo que le pidieron disculpas, porque nunca se quedaron para que les enseñara. Disculpas le pidieron, porque lo hacían venir en vano y todos se retiraban dejándole allí esperando en la sala con sus ejercicios y material fotocopiado para ellos.
Fue en esa ocasión que le pidieron perdón por darle una dirección equivocada, cuando hicieron la fiesta de despedida de cuarto en forma anticipada e informal.
Recuerda que lloró de impotencia y, que no fue durante una semana a clases, al sentirse tan ridículo tocando el timbre de una casa que no correspondía y, que era la casa de una compañera del colegio que cursaba el segundo medio y que estaba enamorada de él.
En la medida que avanzaba por entre sus compañeros, por primera vez sintió el calor del afecto y reconocimiento de ellos. Las palmadas en la espalda y unas manos sin dueño que le desordenaban el cabello mientras enfilaba sus pasos para subir al escenario montado especialmente para esa ocasión.
Muchos no sabían su nombre. Simplemente le decían “cerebro”, otros le llamaban “mente”.
Con sus premios en la mano y unos diplomas, tembloroso se acercó al podium para decir un breve discurso que la dirección del colegio le había solicitado hiciese.
Abajo, en el patio central del colegio, había más de mil cabezas que, de un modo inusual dejaron de moverse y murmurar.
Pareciera que los más de mil concurrentes vestidos de uniforme, algunos padres y apoderados, más los profesores del colegio se hubiesen puesto de acuerdo para aplaudir y darle ánimo para que hablase.
Cuando cesó de sonar el último golpe de palmas, apoyó ambas manos ya liberadas de diplomas y reconocimientos, en los bordes del podium.
Una ligera brisa refrescó su rostro y jugó con uno de los mechones de su despeinado cabello.
Queridos compañeros, comenzó su locución, gracias por el silencio porque el silencio deja espacio al pensamiento. Me enseñaron que no había que abrir los labios si uno no estaba seguro de lo que podría decir, que era más hermoso el silencio.
Me enseñaron que tenía que exigirme mucho a mi mismo y esperar poco de los demás para así ahorrarme disgustos. Me enseñaron que los caminos hermosos no llevan lejos. Me enseñaron que la tontería siempre se pone en primera fila para ser vista y que la inteligencia se pone detrás para observar. Eso aprendí en mi casa.
Todos estos premios los he recibido porque aprendí en primer lugar lo que mis padres me enseñaron en casa. Acá estudié y aprendí lo que mis profesores me enseñaron
Y, perdón porque no fui capaz de entusiasmarles en el amor por el estudio y las ciencias. Muchas gracias.

EL ESPEJO





Su mirada aguda ante el espejo y figura es más acuciosa. Ningún detalle escapa a sus ojos pues busca, frente a su espejo, las verdaderas y concretas razones que arguye el hombre que la encuentra hermosa, femenina, delicada y atractiva.
Trata de amarrarse un pañuelo sobre su depilada cabeza. El amarre no le queda bien, suspira y exhala su impotencia porque, después de un largo tratamiento contra el cáncer, ha perdido toda su hermosa, atractiva y cuidada cabellera.
Ante los demás ríe y hace bromas con su tragedia. A ninguna mujer le gusta verse sin cabello que cubra su cabeza porque es parte de la esencia femenina, además, a nadie le gusta dar lástima. Solo se da el derecho de expresar toda su impotencia, su pena y desolación frente al espejo porque, solo su espejo le muestra, según ella, la verdad. Este espejo, nada tiene que ver con ese del cuento de niños. Aquel, se sentía obligado a mentir ante la pérfida mujer.
Cada fisura nueva en su rostro, la denuncia. Cada kilo que transponga el límite hermoso de su figura, lo acusa y destaca.
Es testigo de la embriaguez de su desolación, impotencia, de la incertidumbre ante su futuro que, en ocasiones la despierta angustiada.
También conoce un nuevo rostro. No hermoso, delgado y canoso. Ha oído los susurros de amor y promesas que ha cumplido con fidelidad. Ha escuchado canciones escritas y compuestas por ese nuevo rostro para la mujer y dueña de casa que lo ha mantenido en su dormitorio durante muchos años. A ambos, los ha visto mirando un futuro incierto pero lleno de sueños. Sueños maduros y posibles de alcanzar.
Tras su mirada de vidrio, guarda muchas vivencias de la dueña del dormitorio. Algunas muy dolorosas, otras felices. Unas muy tortuosas, llenas de violencia, otras muy tiernas cuando sus hijos, ahora crecidos, se paseaban y se miraban frente a él y, al verse reflejados, le observaban con ojitos asombrados y llenos de misterio.
Ahora, se paran frente a él y se observan, se voltean, arreglan su pelo y ropa porque, sí, tienen razón, parece que el mundo lo tuvieran a sus pies y salen a conquistar cada espacio de su juvenil y casi adulto universo.
También los ha visto llorar, escarmentar. Los ha visto impotentes, asustados o atemorizados. Los ha visto soñadores, llorosos y enojados. Tres rostros limpios de surcos de vida y de tortuosos dolores. Tres rostros sin surcos dejados por el tiempo, por desvelos o décadas transcurridas.
Ha visto y conoce mucho la intimidad de su familia.
Ha sido testigo cómo esta hermosa mujer, ha luchado con una entereza increíble, cómo se ha esforzado por mantenerse erguida y no sucumbir ante una enfermedad que tiene mucho de crueldad y de incertidumbre, de una enfermedad que no se anuncia y que nunca dice cómo ni cuando volverá a clavar su aguijón.
Por algunos instantes ha querido ser trasladado o vendido a un hospital o una clínica para dar testimonio y aconsejar a las personas que, ante cualquier enfermedad, se derrumban y se dan por vencidas antes de dar la lucha, antes de intentar luchar y vencer batalla tras batalla.
En verdad, le gustaría ser alojado en un dormitorio donde un enfermo manipula, hace sufrir a toda una familia. Donde exista un enfermo que, despierte llorando y maldiciendo y que, cierre sus ojos de igual modo.
Le gustaría estar, durante una semana, en casa de un familiar del artesano que lo fabricó y, que fue testigo cuando enmarcaron su mirada de vidrio. Sí, porque esa persona nada hace por si misma. Se planta delante de un hermano gemelo suyo que es de igual tamaño, mira su rostro y cuerpo para estallar en violencia contra quienes le rodean, grita que nadie le entiende, que no saben de sus dolores, que no se preocupan de él, que esperan que se muera para repartir entre sí sus bienes.
Y ¿qué hace para evitar lo contrario? ¡Nada!
Grita, maldice, llora, sufre y hace sufrir a toda su familia.
Le gustaría hablar y contar de su experiencia de haber vivido años con su dueña......
Debiera existir, en el planeta de los hombres que enmarcan mirada de vidrio, muchas personas como ella – se imagina esa realidad, cuando la noche se viste de oscuridad y su mirada de vidrio, solo refleja oscuridad vestida de noche.-
Una cosa le gustaría tener y, sabe, nunca podrá conseguir; el hablar y poder contar sus vivencias, lo que ha visto.
Su pudiera hablar, diría a su dueña, que es admirable, que es una mujer extraordinaria, fuerte en sus debilidades, pudorosa, alegre, íntegra, especial, inteligente, habilidosa, profunda, interesante, generosa, auténtica femenina y delicada.
Le diría que su sonrisa es hermosa, dulce, limpia y transparente. Que su prestancia, delicadeza, femineidad y elegancia no se han visto disminuidas por las huellas, dejadas por el hombre, para erradicar el cáncer.

Después de terminar de arreglar con cierta coquetería el pañuelo sobre su cabeza y, dándose una última mirada ante su espejo, salió del dormitorio.

CUMPLEAÑOS

22:37 HORAS

No se siente bien. Está con rabia y dolor. Siente pena, desencanto y frustración. Siente que la soledad le abraza y ahoga. Siente que sus manos transpiran y tienen un leve temblor. Observa el sobre arrugado que tiene en su mano izquierda, mientras que con su mano derecha, mueve cual abanico, un papel ajado de fuerte textura. Toma conciencia del movimiento mecánico de su brazo y mano derecha y la deja suspendida en el aire. Queda absorto observándola, sin soltar el papel ajado y de fuerte textura, como si la hubiese descubierto en ese instante.
Tiene mucha historia y conoce miles de manos, sus intenciones, sus trastornos. Sabe muy bien de su historia y de muchas penas absorvidas. Conoce sus logros, su fuerza y poder, también de sus cansancios, de sus actos violentos y destructores como de sus tiernas caricias. Ha sido abrazado, desfigurado y apretado en manos ancianas y guardado en un pequeño y maloliente estuche de cuero barato. Sabe de pechos nocturnos voluptuosos, acariciado por muchas otras manos: sucias, holgazanas, transpiradas, depravadas y atrevidas.
Ha vivido en casa de acero, fría y oscura. He sabido permanecer horas en un dispensador y salir apretado, entre muchos más pequeños o de menor valor del que representa. Ha sido guardado presuroso en un bolsillo.
¡Cuánto sabe del género humano!
Ha sido causa de discusiones y golpes. Ha corrido en una mano apretada, como arrancando de su último dueño. Ha sido evidencia de un acto delictivo. Ha sido codiciado y por eso muy bien guardado. Lo han partido en dos o cuatro partes iguales, como si el hombre no lo quisiera. Sin embargo, cuando está en sus manos, lo sabe, se siente poderoso. Lo hace poderoso. Para qué decir, si son varios y están repetidos, más poderoso se siente.
Lo han cambiado por comida, por bebida, por vicios. Se entristece cuando lo cambian por vicios... no vale un vicio. No vale alcohol, ni droga, ni servicio de una mujer de una esquina o de un hombre con voz de mujer.
Se siente bien cuando le hacen valer aprendizaje escolar, un remedio salvador, una consulta médica. Se siente bien. Mejor se siente cuando pasa de una mano delicada, sin callosidades, limpia y bien lavada y cubierta de olores costosos... cuando pasa de una mano así a otra que es trabajada, arrugada, con olor a pobreza. Se siente feliz porque ve el rostro de su nuevo dueño o dueña y se siente salvador, siente que alivia un estómago vacío de unos pequeños... si hasta le besan y le hacen dormir una noche bajo una imagen sagrada.
Ha viajado mucho y conoce muchos rincones del hombre. Ha estado en sitios lujosos, con muchas luces y olores deliciosos de comidas.
Se avergüenza decirlo pero, ha sido salario de asesinos y matones. Ha sido tentación que ha causado muertes y llantos. Le molesta y no se extraña, cuando le han hecho valer un sufragio. Sucede cuando los hombres se eligen para tener poder con patente política. También ha asistido a partidos de fútbol. Sabe de fútbol. Ha estado en medio de las peleas de las barras y ha terminado en un cajón lleno de monedas. También sabe de playas, helados, bebidas, churrascos, tangas y mujeres lindas. Ha pasado por manos religiosas. Ha estado en manos de novio y de familiar doliente.
Él, sí que sabe de manos con anillos y uñas pintadas. Son por las que más se ha sentido acariciado y bien guardado. Ésas lo han cambiado por géneros baratos u otros de codiciadas marcas. Lo han dejado a cambio de un vestido: son sus manos amigas gimnastas de las Liquidaciones.
Algunas personas, le han guardado entre hojas de papel muy bien empastadas. ¡Para cuando me quede corto a fin de mes! – dicen.- Ha jugado a las escondidas cuando se siente buscado con ansiedad y nerviosismo. A mayor tiempo de búsqueda, más nervioso y ansioso ha sentido al hombre. Recuerda la mirada de alegría y alivio cuando lo han encontrado y rescatado del escondite. Le divierte eso. Otros lo han tomado y ofendido diciéndole con rabia: ¡La cagá de plata! ¡Cochino dinero!
Hace pocos días estuvo en manos de un joven que lo cambió por droga. Terminó corcheteado en un oficio de una Fiscalía y el joven, en un hospital apuñalado. También estuvo en manos de otro joven. Era un sábado, se sentía muy seguro, creía tener el mundo a sus pies, le acompañaba una jovencita que, cuando le vio, miró a su pareja muy extrañada y le preguntó de dónde lo había sacado...¡Lo encontré en la calle botado! - le dijo él. Mentira, porque estaba guardado en un bolso de cuero de una señora que abordó un Metro lleno de pasajeros.
Era viernes y, había cumplido quince años. No hubo palabras, solo un abrazo silencioso y distante causado por la toalla mojada que llevaba ceñida a su cintura al salir de la ducha. En su velador la lámpara encendida, denunciando un viernes oscurecido, iluminaba un sobre con un billete en su interior. Moviendo la cabeza, se dijo: ¡Quiero un hogar y familia feliz, no veinte mil pesos!. ¡Quiero sentirme amado, escuchado y tomado en cuenta!.
Apretando, impotente el billete entre sus dedos, lanzó el sobre arrugado, que sostenía en su mano izquierda, al rincón más alejado de su dormitorio y cerró los ojos por unos segundos. Guardó el billete en su billetera y, mientras arreglaba el cuello de su chaqueta, dejó escapar un suspiro humedecido en lágrimas.. Cuando salió de casa, el reloj de la cocina marcaba las 22:37 horas.

CASA NUEVA

Sentado sobre el borde de la cama, sus dos manos hacían presión sobre sus sienes, como tratando de espantar las imágenes y olvidar las palabras altaneras, hirientes y descontroladas de la señora de la casa nueva.
Al otro extremo de su cama de patas de madera, dormía su compañera junto al pequeño hijo producto de su nueva relación de pareja.
Nunca imaginó que la salud de su compañera se quebrantaría con el parimiento del pequeño y moreno Josué. Se volteó con cuidado recostándose al lado de Ernestina que dormía entre quejido y quejido, mientras el pequeño succionaba con frenesí del pezón de su madre.

Suspiró recriminándose de su pasado y vida desordenada. Andrés, su excompañero de curso era quien lo había desviado del camino de la rectitud y del trabajo. Sin darse cuenta cada vez necesitaba de un vaso de vino al mediodía y otro por la tarde. Y luego uno por la mañana y al mediodía, por la tarde y por la noche. No se dio cuenta que, con el tiempo, era una botella diaria y luego dos.
Por ese motivo fracasó en su matrimonio y perdió un buen trabajo en una empresa metalúrgica. De maestro soldador calificado, ahora era un maestro del aseo que tenía que correr y correr tras un camión, desde tempranas horas y, en otras ocasiones desde las veintidós horas, hasta las cuatro o cinco de la madrugada.
Unas lágrimas furtivas se deslizaron por sus curtidas mejillas de color café oscuro producto del implacable sol de verano.
Su empresa había adherido a un paro por dos días y, en la ciudad se notaba la ausencia de los recorridos diarios de los camiones extractores de basura domiciliaria.
Frotó su nariz enrojecida por el efecto de su vida alcoholizada, que gracias a Ernestina había abandonado con muchas dificultades y recaídas. Fue ella quien lo llevó a un grupo de alcohólicos anónimos. Los A.A. como le llaman.
Por su nariz, con muchos orificios pequeños que la hacía deforme, se deslizó un torrente de mucosidad en forma licuada para detenerse en la comisura de sus labios.
Inspiró con fuerza para contrarrestar el flujo nasal y, volvió a su mente la imagen de la señora de la casa nueva.
Tenía su pelo rubio amarrado con un pañuelo y vestía una bata que cuando se movía mostraba unas piernas muy excitantes. Era una mujer de ojos claros y muy atractiva.
¡Rica la vieja! Decían sus compañeros de trabajo.
¡La cagó la vieja! ¡Rica! Pero más mandona y enojona que la cresta.
Fue ella quien reclamó, culpándoles a ellos, porque la basura había sido volcada por los perros del sector ensuciando el césped y frontis de la casa nueva.
¡Alzá de raja la vieja! – decían.
Ella fue, quien con la única razón que no habían retirado la basura de su domicilio durante dos días, la que los agredió con palabras humillantes e hirientes.
¡Señora! ¡Uno tiene su dignidad también! Recuerda haberle contestado, mientras miraba las piernas de la airada mujer de la casa nueva porque el ligero vestido matutino, permitía ver parte de sus muslos.
¡Degenerado! ¡Roto! ¡Grosero! Fueron algunas de las recriminaciones que la mujer de la casa nueva le gritó, cuando al llamarle la atención sobre sus miradas, escuchó como respuesta que, él no tenía la culpa que ella mostrara sus piernas.
Eso no era lo que le hacía sentirse impotente, ni tampoco el reclamo que presentó en la oficina ante sus jefes quienes no le dieron gran importancia al hecho porque tenían que despejar en forma urgente los desechos de la ciudad que se habían acumulado y causaban grandes y desagradables olores a causa del calor.
Había sentido la solidaridad de sus compañeros de salida del turno que le defendieron, diciendo que Guillermo había sido humillado sin razón por la señora a causa del paro y de la basura desparramada en la puerta de su casa.
El informe del chofer del camión, don Juan, también fue favorable ante las acusaciones que había expresado un par de horas después del incidente la señora de la casa nueva.
Volvió a pasar la manga de su camisa por la nariz y, solo allí, sintió cómo el olor de basura descompuesta había logrado impregnar su escaso vestuario que Ernestina siempre se preocupaba de tenerle muy limpio y planchado.
Nuevamente las lágrimas lograron traspasar la barrera de sus pestañas y de los pronunciados párpados aumentados por la pena.
María Angélica Correa Soto, leyó en el libro de reclamos de la empresa de aseo. Ese nombre causó un nudo en su estómago que aún no lograba deshacer. Al lado de la firma de ella, aparecía el nombre y la firma del primer hijo, producto de una furtiva relación que había tenido con una de sus pololas y, que había dejado de ver hace mas de veinte años
Suspiró y trató de dormir, pensando que al día siguiente tenía que acercarse a su nuera que, no le había reconocido a causa de su barba y ropa de trabajo.
Al día siguiente debía presentarse y excusarse ante su nuera, en las puertas de la casa de su hijo que había abandonado cuando éste tenía ocho años y que nunca más había vuelto a ver.
Y, con un corazón galopante y ansioso se quedó dormido al lado de su nueva compañera de vida, la Ernestina con la que compartía un par de piezas en espera del Subsidio Habitacional que les permitiría vivir en una casa nueva.

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