Estaba recostado sobre una improvisada cama y miraba hacia el exterior, por entre las cortinas de los ventanales de la sala. Por la puerta, que no se podía cerrar bien, entraba un viento fresco y frío que había provocado una ligera humedad en sus fosas nasales.
Trató de acomodarse en la delgada colchoneta que, en nada le hacía olvidar el duro y frío piso. Extrañaba la comodidad de su cama, los ronquidos de su hermano menor que sufría de adenoides y debía ser operado el próximo mes.
Afuera, escuchaba voces de sus compañeros que iban y venían porque, según ellos, alguien había lanzado una piedra al interior del Liceo.
El cansancio y sueño acumulado no le permitían levantarse, además sabía que, en la mañana le correspondía barrer y hacer el aseo en los baños de varones. El primer día de toma también lo hizo y le dio rabia tener que barrer y asear las tazas del water y urinario. Recoger los papeles usados después de defecar que, descuidadamente, algunos compañeros, no arrojaban en los receptáculos correspondientes. Se sentía consolado por las quejas de sus compañeras que, al parecer tenían más trabajo que él porque, por lo que decían, ellas eran mas descuidadas como usuarias de los baños.
El solo pensar que eso debía hacer después del desayuno, le quitaba el ánimo de levantarse para informarse de lo que había sucedido momentos antes.
¡Los baños! ¡Que lata!
Y se acordó de la tía Lety, que todos los días y después de cada recreo tenía que limpiar y desinfectar los baños, recoger los papeles, colillas de cigarros que eran fumados con avidez y rapidez antes de ser sorprendidos.
¡La tía Lety! Tiene los baños limpios y pasa rabias con nosotros y las chiquillas. ¡Ahora entiendo su trabajo! ¿No le dará asco?
Puso sus manos entrelazados detrás su cabeza y suspiró.
Se imaginó a su hermano Luis, que tiene nueve años y, que en las noches se da vueltas y vueltas en el camarote. Se acordó de sus ronquidos y aspiraciones nasales a causa de su enfermedad. Siempre llamaba a su mamá, porque él le contaba cuentos que lo asustaban y, allí llegaba la mamá que lo retaba porque era más grande y le metía miedo a su bebito.
Afuera había regresado la calma y quietud. Le dieron ganas de prender el único cigarro que tenía pero, estaba prohibido fumar en las salas dormitorios. Era otra de las reglas acordadas en un consejo de toma.
Trató de concentrarse y dormir. No podía, eso le molestaba y maldijo al compañero que despertó, con los llamados de alerta, al resto de los compañeros que hacían la ronda nocturna por los pasillos y pabellones del Liceo. Eran medidas de seguridad acordadas.
No sabía exactamente por qué estaba en la toma del Liceo. Estaba en segundo año y por lo que veía en su casa, era muy difícil que pudiera estudiar en una universidad. Fue Carlos, su amigo de otro segundo, quien lo convenció para que solidarizara con los estudiantes del país..
No soportó más los deseos de fumar su único cigarro. Abrió el saco de dormir y envolviéndose con su delgada frazada, salió al patio. Se sentó sobre unos cartones, a un costado de la puerta de la sala de clases, y encendió con ansias su cigarro.
Vio a la Jana del cuarto B y le hizo un gesto de saludo con la mano en la que sostenía su cigarro. Ella se acercó y con voz muy queda le preguntó qué le pasaba. Estirándose para espantar el sueño, frío y letargo, se incorporó, al tiempo que le decía, que le habían dado ganas de fumar.
Ella con aires maternales le rozó, a modo de caricia tranquilizadora, el gorro de lana que llevaba puesto y se alejó a la sala del frente.
La caricia de su compañera lo hizo sentirse niño y extrañó a su mamá. La imaginó con cara de preocupación y despierta pensando en cómo estaría él. Sonrió y aspiró la última bocanada de humo permitiendo que la nicotina se alojara en su tráquea y el humo descendiera hasta sus pulmones, haciendo los sabidos estragos. Dos lágrimas silenciosas, que se deslizaron sus mejillas sin su permiso, le recordaron que aún tenía algo de niño.
Ingresó silencioso a la sala de clases, un improvisado dormitorio, que hace una semana compartía con otros compañeros. Era la sala de clases que había ocupado cuando ingresó al Liceo a Primero Medio el año pasado.
Durante esos días de Toma, había hecho nuevos amigos, había conocido a otros compañeros que tenían tantos problemas como él. Supo de compañerismo, de lealtad, honradez y sinceridad. Nadie obligaba, pero todos cumplían con sus compromisos y respetaban los cargos.
Trataba de quedarse dormido pensando que, su sacrificio lo ofrecía por los estudiantes que estaban en paro y, sobretodo, por su hermano menor para que pudiera tener una mejor educación y llegar a la universidad.
En los trabajos de grupo y reflexión, había logrado entender lo que significaba la LOCE, el por qué los profesores hacían críticas a la jornada escolar completa y, el por qué aconsejaban al curso y, especialmente a él....
Ahora veía y entendía las cosas de un modo distinto.
Estaba luchando por una causa justa y comenzaba a descubrir el sentido del estudio, por qué debía levantarse temprano y venir al Liceo a clases.
Se prometió estudiar para trabajar y ganar plata para que su mamá no cuide enfermos o niños chicos, ni tampoco, durante el verano tenga que salir temprano a trabajar para cortar y cosechar uva. Prometió estudiar para trabajar y, para que al fin su mamá se arregle sus dientes porque; cada vez que ríe, tiene que esconder su sonrisa para no mostrar los dientes que le faltan.
Y soñando en un futuro mejor para su hermano y su mamá, olvidándose del frío y de su turno de asear los baños en la mañana siguiente, se quedó dormido.
Trató de acomodarse en la delgada colchoneta que, en nada le hacía olvidar el duro y frío piso. Extrañaba la comodidad de su cama, los ronquidos de su hermano menor que sufría de adenoides y debía ser operado el próximo mes.
Afuera, escuchaba voces de sus compañeros que iban y venían porque, según ellos, alguien había lanzado una piedra al interior del Liceo.
El cansancio y sueño acumulado no le permitían levantarse, además sabía que, en la mañana le correspondía barrer y hacer el aseo en los baños de varones. El primer día de toma también lo hizo y le dio rabia tener que barrer y asear las tazas del water y urinario. Recoger los papeles usados después de defecar que, descuidadamente, algunos compañeros, no arrojaban en los receptáculos correspondientes. Se sentía consolado por las quejas de sus compañeras que, al parecer tenían más trabajo que él porque, por lo que decían, ellas eran mas descuidadas como usuarias de los baños.
El solo pensar que eso debía hacer después del desayuno, le quitaba el ánimo de levantarse para informarse de lo que había sucedido momentos antes.
¡Los baños! ¡Que lata!
Y se acordó de la tía Lety, que todos los días y después de cada recreo tenía que limpiar y desinfectar los baños, recoger los papeles, colillas de cigarros que eran fumados con avidez y rapidez antes de ser sorprendidos.
¡La tía Lety! Tiene los baños limpios y pasa rabias con nosotros y las chiquillas. ¡Ahora entiendo su trabajo! ¿No le dará asco?
Puso sus manos entrelazados detrás su cabeza y suspiró.
Se imaginó a su hermano Luis, que tiene nueve años y, que en las noches se da vueltas y vueltas en el camarote. Se acordó de sus ronquidos y aspiraciones nasales a causa de su enfermedad. Siempre llamaba a su mamá, porque él le contaba cuentos que lo asustaban y, allí llegaba la mamá que lo retaba porque era más grande y le metía miedo a su bebito.
Afuera había regresado la calma y quietud. Le dieron ganas de prender el único cigarro que tenía pero, estaba prohibido fumar en las salas dormitorios. Era otra de las reglas acordadas en un consejo de toma.
Trató de concentrarse y dormir. No podía, eso le molestaba y maldijo al compañero que despertó, con los llamados de alerta, al resto de los compañeros que hacían la ronda nocturna por los pasillos y pabellones del Liceo. Eran medidas de seguridad acordadas.
No sabía exactamente por qué estaba en la toma del Liceo. Estaba en segundo año y por lo que veía en su casa, era muy difícil que pudiera estudiar en una universidad. Fue Carlos, su amigo de otro segundo, quien lo convenció para que solidarizara con los estudiantes del país..
No soportó más los deseos de fumar su único cigarro. Abrió el saco de dormir y envolviéndose con su delgada frazada, salió al patio. Se sentó sobre unos cartones, a un costado de la puerta de la sala de clases, y encendió con ansias su cigarro.
Vio a la Jana del cuarto B y le hizo un gesto de saludo con la mano en la que sostenía su cigarro. Ella se acercó y con voz muy queda le preguntó qué le pasaba. Estirándose para espantar el sueño, frío y letargo, se incorporó, al tiempo que le decía, que le habían dado ganas de fumar.
Ella con aires maternales le rozó, a modo de caricia tranquilizadora, el gorro de lana que llevaba puesto y se alejó a la sala del frente.
La caricia de su compañera lo hizo sentirse niño y extrañó a su mamá. La imaginó con cara de preocupación y despierta pensando en cómo estaría él. Sonrió y aspiró la última bocanada de humo permitiendo que la nicotina se alojara en su tráquea y el humo descendiera hasta sus pulmones, haciendo los sabidos estragos. Dos lágrimas silenciosas, que se deslizaron sus mejillas sin su permiso, le recordaron que aún tenía algo de niño.
Ingresó silencioso a la sala de clases, un improvisado dormitorio, que hace una semana compartía con otros compañeros. Era la sala de clases que había ocupado cuando ingresó al Liceo a Primero Medio el año pasado.
Durante esos días de Toma, había hecho nuevos amigos, había conocido a otros compañeros que tenían tantos problemas como él. Supo de compañerismo, de lealtad, honradez y sinceridad. Nadie obligaba, pero todos cumplían con sus compromisos y respetaban los cargos.
Trataba de quedarse dormido pensando que, su sacrificio lo ofrecía por los estudiantes que estaban en paro y, sobretodo, por su hermano menor para que pudiera tener una mejor educación y llegar a la universidad.
En los trabajos de grupo y reflexión, había logrado entender lo que significaba la LOCE, el por qué los profesores hacían críticas a la jornada escolar completa y, el por qué aconsejaban al curso y, especialmente a él....
Ahora veía y entendía las cosas de un modo distinto.
Estaba luchando por una causa justa y comenzaba a descubrir el sentido del estudio, por qué debía levantarse temprano y venir al Liceo a clases.
Se prometió estudiar para trabajar y ganar plata para que su mamá no cuide enfermos o niños chicos, ni tampoco, durante el verano tenga que salir temprano a trabajar para cortar y cosechar uva. Prometió estudiar para trabajar y, para que al fin su mamá se arregle sus dientes porque; cada vez que ríe, tiene que esconder su sonrisa para no mostrar los dientes que le faltan.
Y soñando en un futuro mejor para su hermano y su mamá, olvidándose del frío y de su turno de asear los baños en la mañana siguiente, se quedó dormido.