Se sintió extraña y discriminada al escuchar a sus padres conversar sobre el regalo que le harían a Patricia, su hermana de 7 años, para el día del niño. Dos lágrimas se fugaron de sus grandes y almendrados ojos de color café claro, cuando escuchó a su papá decir que, había dejado de ser niña porque tiene trece años y ya era una señorita.
Llevó su mano derecha instintivamente a la altura de su pelvis y suspiró. Hace dos meses tuvo su primer ciclo menstrual y, el día que su papá lo supo la abrazó y le dijo ¡Ahora eres una señorita! ¡Una pequeña señorita!
Un mundo de ilusiones había desaparecido en ella. Sentía rabia, alegría, dolor, desgano, miedo, responsabilidad, nostalgia, extrañeza, vacío.
Ahora le desagrada salir con sus padres los fines de semana. Quiere estar sola y salir con sus amigas pero, al mismo tiempo, se siente muy sola.
Tomando su muñeca preferida, su tuto, la lanzó a un rincón de su dormitorio. ¿Para qué duermo con esa mona si ya soy una señorita? - se preguntó enojada, mientras cerraba la puerta de su pieza.
Miró el reloj que estaba sobre su velador. Señalaba las 20:54 horas. A las 22 horas la pasaría a buscar Jaime para ir a la fiesta de cumpleaños de Sofía, su compañera de curso.
Buscó la ropa que se pondría e ingresó al baño para darse una ducha y luego cambiarse y vestirse. Eso le ayudó para olvidar que aún siente nostalgia de ser niña, de vivir sin grandes responsabilidades ni cuidados.
Había notado que, ahora, su papá se preocupaba de sus amigos y de quienes la rodeaban, que ponía ojos de desconfianza y preocupación ante sus amigos. Claro, porque ahora era señorita.
El agua de la ducha que caía sobre su cabeza, se convertía en río que arrastraba la espuma del shampoo, escurriendo para desaparecer en sus pequeños senos. De pronto le vino la imagen de su papá, cuando Roberto, su hermano mayor llegó a casa con su polola.
El rostro de su padre fue de felicidad y orgullo y, le dio un par de ruidosas palmadas en la espalda exclamando ¡Hijo de tigre! Y luego una seria advertencia e invitación mirando a su cuñada flaca: ¡Cuídela y respétela!
Con su hermano no había grandes restricciones, pero con ella sí. Y, la razón la hacía enojar mucho.
¡Hija! ¡Entienda a su padre, porque usted es su niñita regalona! – le decía su mamá para calmar la situación.
Al despedirse de sus padres, Javier, fijándose en los labios de su hija, exclamó en tono de burla:
¡Miren la niña agrandada! ¡Se pintó los labios con el rouge de la mamá!
Ella, sin mirar a su padre, preguntó:
Y, si me saco el rouge de los labios ¿Me harías un regalo para el día del niño?
Javier, que estaba viendo una película, miró extrañado la agresiva reacción de su hija que olía a un grato perfume.
Sin esperar respuesta alguna y, movida por el dolor y la sensación de haber perdido la posibilidad de un regalo, volvió a preguntar:
¿Qué soy? ¿Niña o señorita?
Me tratas y cuidas como niña y me exiges como señorita.
¿Quién soy para ustedes?
¿Saben? – continuó sin frenar su malestar y rabia - A mi me cuesta dejar de pensar como niña porque estoy dejando de serlo, poco a poco y, a ustedes les cuesta dejar de verme como niña y aceptarme como señorita, como ustedes me dicen que soy.
¡Ustedes, pónganse de acuerdo cómo me tratarán!
Y, haciendo una seña con la mano, cerró la puerta y salió para alcanzar a Jaime, su amigo de infancia, que la esperaba en el ante jardín de la casa.
Susana y Javier cada cual en su sillón, quedaron en silencio.
Marcela tenía razón. Toda la razón.
Cada cual en silencio aceptó esa realidad.
Susana recordó las discusiones con sus padres, especialmente con su papá que era muy posesivo y egoísta con ella porque, era muy coqueta y había tenido muchos pololos.
Javier, nervioso, cruzó una pierna sobre la otra al recordar lo que le había dicho iracunda Teresa su octava polola... ¡cuando tengas una hija, pensarás que todos los hombres, con ella, harán lo mismo que tú has hecho conmigo y con tantas otras!
No quiso molestar a Susana y dirigiéndose a la cocina, se preparó un café para calmar su ansiedad y esperar el llamado de su hija. Los celos y desconfianza le atormentaban... se trataba de su única hija mujer, de su niñita regalona.
Susana y Javier cada cual en su sillón, siguieron en silencio.
Marcela tenía razón. Toda la razón.
Los dos, en silencio, trataban de resolver y solucionar lo que no lograron resolver y solucionar en su adolescencia.
Los dos, en silencio, sentían que su hija Marcela había despertado muchos fantasmas que, volviendo uno a uno del pasado, jugueteaban y hacían una ronda mezclando acciones prohibidas, reprimendas, temores, gozos, llantos, risas, sueños, inocencia perdida, ansiedades y discusiones.
El teléfono les hizo volver a la realidad. Susana, tratando de entender la expresión del rostro de Javier, dijo:
¡Era la niña que llamaba para avisarnos que llegó a la casa de Sofía!
¿La niña o la señorita? – se preguntó Javier en voz baja......
Llevó su mano derecha instintivamente a la altura de su pelvis y suspiró. Hace dos meses tuvo su primer ciclo menstrual y, el día que su papá lo supo la abrazó y le dijo ¡Ahora eres una señorita! ¡Una pequeña señorita!
Un mundo de ilusiones había desaparecido en ella. Sentía rabia, alegría, dolor, desgano, miedo, responsabilidad, nostalgia, extrañeza, vacío.
Ahora le desagrada salir con sus padres los fines de semana. Quiere estar sola y salir con sus amigas pero, al mismo tiempo, se siente muy sola.
Tomando su muñeca preferida, su tuto, la lanzó a un rincón de su dormitorio. ¿Para qué duermo con esa mona si ya soy una señorita? - se preguntó enojada, mientras cerraba la puerta de su pieza.
Miró el reloj que estaba sobre su velador. Señalaba las 20:54 horas. A las 22 horas la pasaría a buscar Jaime para ir a la fiesta de cumpleaños de Sofía, su compañera de curso.
Buscó la ropa que se pondría e ingresó al baño para darse una ducha y luego cambiarse y vestirse. Eso le ayudó para olvidar que aún siente nostalgia de ser niña, de vivir sin grandes responsabilidades ni cuidados.
Había notado que, ahora, su papá se preocupaba de sus amigos y de quienes la rodeaban, que ponía ojos de desconfianza y preocupación ante sus amigos. Claro, porque ahora era señorita.
El agua de la ducha que caía sobre su cabeza, se convertía en río que arrastraba la espuma del shampoo, escurriendo para desaparecer en sus pequeños senos. De pronto le vino la imagen de su papá, cuando Roberto, su hermano mayor llegó a casa con su polola.
El rostro de su padre fue de felicidad y orgullo y, le dio un par de ruidosas palmadas en la espalda exclamando ¡Hijo de tigre! Y luego una seria advertencia e invitación mirando a su cuñada flaca: ¡Cuídela y respétela!
Con su hermano no había grandes restricciones, pero con ella sí. Y, la razón la hacía enojar mucho.
¡Hija! ¡Entienda a su padre, porque usted es su niñita regalona! – le decía su mamá para calmar la situación.
Al despedirse de sus padres, Javier, fijándose en los labios de su hija, exclamó en tono de burla:
¡Miren la niña agrandada! ¡Se pintó los labios con el rouge de la mamá!
Ella, sin mirar a su padre, preguntó:
Y, si me saco el rouge de los labios ¿Me harías un regalo para el día del niño?
Javier, que estaba viendo una película, miró extrañado la agresiva reacción de su hija que olía a un grato perfume.
Sin esperar respuesta alguna y, movida por el dolor y la sensación de haber perdido la posibilidad de un regalo, volvió a preguntar:
¿Qué soy? ¿Niña o señorita?
Me tratas y cuidas como niña y me exiges como señorita.
¿Quién soy para ustedes?
¿Saben? – continuó sin frenar su malestar y rabia - A mi me cuesta dejar de pensar como niña porque estoy dejando de serlo, poco a poco y, a ustedes les cuesta dejar de verme como niña y aceptarme como señorita, como ustedes me dicen que soy.
¡Ustedes, pónganse de acuerdo cómo me tratarán!
Y, haciendo una seña con la mano, cerró la puerta y salió para alcanzar a Jaime, su amigo de infancia, que la esperaba en el ante jardín de la casa.
Susana y Javier cada cual en su sillón, quedaron en silencio.
Marcela tenía razón. Toda la razón.
Cada cual en silencio aceptó esa realidad.
Susana recordó las discusiones con sus padres, especialmente con su papá que era muy posesivo y egoísta con ella porque, era muy coqueta y había tenido muchos pololos.
Javier, nervioso, cruzó una pierna sobre la otra al recordar lo que le había dicho iracunda Teresa su octava polola... ¡cuando tengas una hija, pensarás que todos los hombres, con ella, harán lo mismo que tú has hecho conmigo y con tantas otras!
No quiso molestar a Susana y dirigiéndose a la cocina, se preparó un café para calmar su ansiedad y esperar el llamado de su hija. Los celos y desconfianza le atormentaban... se trataba de su única hija mujer, de su niñita regalona.
Susana y Javier cada cual en su sillón, siguieron en silencio.
Marcela tenía razón. Toda la razón.
Los dos, en silencio, trataban de resolver y solucionar lo que no lograron resolver y solucionar en su adolescencia.
Los dos, en silencio, sentían que su hija Marcela había despertado muchos fantasmas que, volviendo uno a uno del pasado, jugueteaban y hacían una ronda mezclando acciones prohibidas, reprimendas, temores, gozos, llantos, risas, sueños, inocencia perdida, ansiedades y discusiones.
El teléfono les hizo volver a la realidad. Susana, tratando de entender la expresión del rostro de Javier, dijo:
¡Era la niña que llamaba para avisarnos que llegó a la casa de Sofía!
¿La niña o la señorita? – se preguntó Javier en voz baja......
2 comentarios:
pues que digo a mi me encanto <3
Estuvo padre
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