Habían transcurrido quince minutos a partir del momento que su reloj interno sacudiera su musculatura, despertara su consciente, moviera sus nervios oculares y le permitiera darse cuenta que había dormido más de lo programado. Volteó su cabeza enmarcada en un pelo de oscuro intenso y ondulado bien mantenido, a sus casi cincuenta años, gracias a los cuidados y tinturas adquiridas en supermercados, peluquerías o grandes cadenas de farmacias.
Fueron dos las oportunidades que tuvo que fijar bien la mirada para decodificar lo que señalaban los punteros de su reloj despertador ubicado en el velador. Eran las 09:43 de la mañana de ese día sábado 22 de julio. Llevó sus manos en forma mecánica a sus ojos para auxiliarlos y secar las lágrimas que los hacían acuosos por la pena y soledad. Inspiró fuerte por sus fosas nasales para despejarlas de la humedad que parecía un río a punto de desbordar y bajar hacia las comisuras de sus carnudos labios. Necesitaba dejar escapar desde muy dentro, un suspiro que la liberara de su tensión, amargura, vacío, angustia y, para ello, tuvo que inspirar profundo por las vías nasales ahora despejadas. Observó, en ese momento y acción muscular, sus senos que, durante mucho tiempo, fuese un punto obligado de las miradas masculinas a causa de su bella y perfecta forma, vio cómo crecieron y tomaron su posición de antaño. Pudo sentir que su caja toráxica se expandía y, cómo su trabajado vientre y músculos abdominales, permitían el espacio al aire inhalado. Toda su interioridad, pareciera, se llenó de esa mezcla de pena, soledad y vacío. Pudo observar cómo se llenó de soledad, angustia y pena al fijar su mirada en su caja toráxica y en sus abdominales. Sonrió imaginando que, éstos, pedían permiso con mucha insolencia y vehemencia para encontrarse con la cervical y fundirse con tal fuerza para expulsar toda esa mezcla de sentimientos allí guardada.
Así lo hizo y, hasta se plació en retardar y contener la mayor cantidad de tiempo, el aire que transportaría hacia el exterior, toda esa mezcla de sentimientos que provocaban impotencia, rabia, pena, angustia, soledad, abandono... que la hacían sentir una mujer gastada y sin horizontes nuevos porque, los que tuvo por muchos años.... ya no estaban .
Parió dos hijas por las cuales, toda una vida se había desvelado, trabajado, esforzado, renunciando a las muchas oportunidades de tener una pareja estable para construir y asegurar sus años de vida con el nido vacío dejado por sus hijas ya crecidas e independientes.
Con este trance nuevo de su vida, ha olvidado los dolores de cabeza y angustias que una de ellas había provocado en innumerables noches y madrugadas al no saber ni conocer su paradero, sus amistades con las cuales compartía. Las muchas madrugadas que recibía a ésta hija, cuando llegaba, con cierta cantidad de grados etílicos en su cuerpo. Esta vez no había llegado y sabía que estaba en Santiago pues se había quedado a alojar en el departamento de su hija mayor. Eso la tranquilizaba porque, ella era reposada, calculadora, responsable y había logrado conseguir un trabajo y estaba llevando adelante una relación estable con su pareja. Su hija causante de tantos dolores de cabeza y angustias ya había encontrado su camino y, por fin, había comenzado a estudiar y se estaba tranquilizando de tanta vida social y amistades para ir ordenando su tiempo y favorecer sus estudios. Debía sentirse tranquila y feliz. En parte, como madre, había experimentado y desarrollado su misión como educadora, proveedora, solucionadora de problemas, consejera, orientadora, sin un compañero--esposo a su lado. Todo lo anterior, lo había vivido y sufrido sola. Debía sentirse feliz, satisfecha, con su misión cumplida.
Se incorporó en su cama, miró a su alrededor, agudizó sus oídos, como queriendo sentir algún movimiento, ruido o por último el repetido sonido de una de sus hijas que, cuando dormía, roncaba y nada ¡Nada!. Era el silencio que la hacía percibir la soledad como una fuerza destructora y aplastante. Fue hacia la cocina para prepararse un café y encendió la radio. Buscó una que la animara con música ligera y tropical. Ordenó la loza que había quedado sin lavar de la noche anterior en el lavaplatos, encendió un cigarro y se quedó esperando que el agua soltara su hervor para tomarse una taza de café que la despertara del todo y quemara, al descender por su garganta, el más pequeño resto de angustia que no salió expulsado de su interior en aquel suspiro dado en la cama de su dormitorio.
No supo cuánto tiempo se quedó absorta, mirando cómo salía el vapor expulsado por la presión del hervor al interior de la pequeña tetera que había puesto a calentar para servirse una taza de café. Tampoco pudo distinguir, a causa de su profunda concentración, el sonido que acompañaba al vapor expulsado por el pequeño orificio de la tetera. El calor del cigarro a punto de alcanzar las yemas de sus dedos de la mano derecha, la hizo volver en si misma. Después de verter el agua, que borboteaba a causa de la alta temperatura alcanzada al interior de la tetera, sobre la pequeña taza, se encogió de hombros, para espantar un pequeño escalofrío que recorrió su espalda y, se dijo en voz alta para darse ánimo: misión cumplida, mujer. Ahora tienes que levantar la vista y buscar un nuevo horizonte para navegar por la vida feliz... no estás acabada sino que comienzas una nueva etapa en tu vida..... un día te convertirán en abuela y....
Fue a atender el teléfono. Era su buena amiga de la ciudad vecina, que la llamaba para invitarla a su casa.
Fueron dos las oportunidades que tuvo que fijar bien la mirada para decodificar lo que señalaban los punteros de su reloj despertador ubicado en el velador. Eran las 09:43 de la mañana de ese día sábado 22 de julio. Llevó sus manos en forma mecánica a sus ojos para auxiliarlos y secar las lágrimas que los hacían acuosos por la pena y soledad. Inspiró fuerte por sus fosas nasales para despejarlas de la humedad que parecía un río a punto de desbordar y bajar hacia las comisuras de sus carnudos labios. Necesitaba dejar escapar desde muy dentro, un suspiro que la liberara de su tensión, amargura, vacío, angustia y, para ello, tuvo que inspirar profundo por las vías nasales ahora despejadas. Observó, en ese momento y acción muscular, sus senos que, durante mucho tiempo, fuese un punto obligado de las miradas masculinas a causa de su bella y perfecta forma, vio cómo crecieron y tomaron su posición de antaño. Pudo sentir que su caja toráxica se expandía y, cómo su trabajado vientre y músculos abdominales, permitían el espacio al aire inhalado. Toda su interioridad, pareciera, se llenó de esa mezcla de pena, soledad y vacío. Pudo observar cómo se llenó de soledad, angustia y pena al fijar su mirada en su caja toráxica y en sus abdominales. Sonrió imaginando que, éstos, pedían permiso con mucha insolencia y vehemencia para encontrarse con la cervical y fundirse con tal fuerza para expulsar toda esa mezcla de sentimientos allí guardada.
Así lo hizo y, hasta se plació en retardar y contener la mayor cantidad de tiempo, el aire que transportaría hacia el exterior, toda esa mezcla de sentimientos que provocaban impotencia, rabia, pena, angustia, soledad, abandono... que la hacían sentir una mujer gastada y sin horizontes nuevos porque, los que tuvo por muchos años.... ya no estaban .
Parió dos hijas por las cuales, toda una vida se había desvelado, trabajado, esforzado, renunciando a las muchas oportunidades de tener una pareja estable para construir y asegurar sus años de vida con el nido vacío dejado por sus hijas ya crecidas e independientes.
Con este trance nuevo de su vida, ha olvidado los dolores de cabeza y angustias que una de ellas había provocado en innumerables noches y madrugadas al no saber ni conocer su paradero, sus amistades con las cuales compartía. Las muchas madrugadas que recibía a ésta hija, cuando llegaba, con cierta cantidad de grados etílicos en su cuerpo. Esta vez no había llegado y sabía que estaba en Santiago pues se había quedado a alojar en el departamento de su hija mayor. Eso la tranquilizaba porque, ella era reposada, calculadora, responsable y había logrado conseguir un trabajo y estaba llevando adelante una relación estable con su pareja. Su hija causante de tantos dolores de cabeza y angustias ya había encontrado su camino y, por fin, había comenzado a estudiar y se estaba tranquilizando de tanta vida social y amistades para ir ordenando su tiempo y favorecer sus estudios. Debía sentirse tranquila y feliz. En parte, como madre, había experimentado y desarrollado su misión como educadora, proveedora, solucionadora de problemas, consejera, orientadora, sin un compañero--esposo a su lado. Todo lo anterior, lo había vivido y sufrido sola. Debía sentirse feliz, satisfecha, con su misión cumplida.
Se incorporó en su cama, miró a su alrededor, agudizó sus oídos, como queriendo sentir algún movimiento, ruido o por último el repetido sonido de una de sus hijas que, cuando dormía, roncaba y nada ¡Nada!. Era el silencio que la hacía percibir la soledad como una fuerza destructora y aplastante. Fue hacia la cocina para prepararse un café y encendió la radio. Buscó una que la animara con música ligera y tropical. Ordenó la loza que había quedado sin lavar de la noche anterior en el lavaplatos, encendió un cigarro y se quedó esperando que el agua soltara su hervor para tomarse una taza de café que la despertara del todo y quemara, al descender por su garganta, el más pequeño resto de angustia que no salió expulsado de su interior en aquel suspiro dado en la cama de su dormitorio.
No supo cuánto tiempo se quedó absorta, mirando cómo salía el vapor expulsado por la presión del hervor al interior de la pequeña tetera que había puesto a calentar para servirse una taza de café. Tampoco pudo distinguir, a causa de su profunda concentración, el sonido que acompañaba al vapor expulsado por el pequeño orificio de la tetera. El calor del cigarro a punto de alcanzar las yemas de sus dedos de la mano derecha, la hizo volver en si misma. Después de verter el agua, que borboteaba a causa de la alta temperatura alcanzada al interior de la tetera, sobre la pequeña taza, se encogió de hombros, para espantar un pequeño escalofrío que recorrió su espalda y, se dijo en voz alta para darse ánimo: misión cumplida, mujer. Ahora tienes que levantar la vista y buscar un nuevo horizonte para navegar por la vida feliz... no estás acabada sino que comienzas una nueva etapa en tu vida..... un día te convertirán en abuela y....
Fue a atender el teléfono. Era su buena amiga de la ciudad vecina, que la llamaba para invitarla a su casa.
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